**Título: Amor Eterno**

El sol se colaba suavemente a través de las cortinas de la habitación, donde Mia dormía plácidamente. Con una sonrisa triunfante en su rostro, David, ahora en el cuerpo de Alberto, la observaba con una mezcla de devoción y posesividad. La suavidad de su respiración le traía una paz que nunca había conocido en vida. David había jugado su última carta con maestría. El hechizo, por el cual había pagado una suma considerable de dinero, había funcionado a la perfección. Mia, la mujer que siempre había deseado, estaba a su lado, creyendo que él era su amado Alberto. El embarazo y nacimiento de su hijo no eran más que pruebas del éxito de su plan. Sin embargo, los días posteriores a la llegada del bebé comenzarían a revelar grietas en su elaborado engaño. En el transcurso de los meses, Mia empezaba a notar pequeños cambios en Alberto: su manera de hablar, ciertos gestos desconocidos y una mirada diferente en sus ojos. La natural desconfianza de una mujer que conocía por años al verdadero Alberto le hacía, noche tras noche, reflexionar sobre estas sutiles pero significativas diferencias. Una duda empezó a anidar en su corazón. Una noche, mientras David, en el cuerpo de Alberto, creía que Mia dormía profundamente, se acercó a ella y susurró: "Te amo tanto, Mia. Por tenerte hice todo esto, pero valió la pena. Alberto nunca recuperará su cuerpo; ahora es mío." Mia, quien no había reparado completamente en el peligro que corría, abrió los ojos de par en par al oír esas palabras. Una descarga helada recorrió su espalda. Con un control asombroso, mantuvo su respiración regular y siguió fingiendo estar dormida. A partir de ese momento, Mia se propuso averiguar la verdad. Utilizó el tiempo libre mientras David estaba fuera para investigar. Buscó ayuda en antiguos diarios de Alberto y visitó a personas que le pudieran proporcionar información sobre hechicería. Finalmente, localizó al hechicero que David había usado. El hechicero, al ver la desesperación y determinación de Mia, decidió ayudarla. Le reveló la verdad sobre el hechizo y cómo podía revertirse. Le entregó un raro amuleto y le dijo: "Para romper el hechizo, necesitas un acto de amor verdadero, uno puro y sincero. Ese amor debe provenir del propio David." Desesperada pero determinada, Mia esperó la oportunidad ideal. Al ver a su hijo en brazos de David, propuso una bravía confrontación. Se enfrentó a él con una mezcla de desafío y calidez. "Alberto —dijo con firmeza—, o quien quiera que seas, no reconoces el amor verdadero, porque él nunca obsesiona, nunca encarcela. Si realmente me amas, deja que el verdadero Alberto regrese. No por mí, sino por nuestro hijo, quien merece conocer y ser amado por su verdadero padre." Las palabras de Mia penetraron profundamente en el corazón de David, haciendo que por primera vez en mucho tiempo, la culpa y el remordimiento se filtraran en su conciencia. El amor obsesivo y retorcido que sentía por Mia se enfrentó a un verdadero amor abnegado y sincero, algo que nunca había experimentado realmente. David, luchando entre sus deseos y el amor verdadero, cedió ante la profundidad del amor que Mia proyectaba. Con una lágrima solitaria corriendo por su mejilla, besó el amuleto que Mia sostenía, y en un instante, el hechizo comenzó a desvanecerse. Alberto recuperó su cuerpo, despertando con confusión pero enseguida entendiendo lo sucedido al ver la compasiva pero firme mirada de Mia. David, ahora sin un cuerpo que poseer, se desvaneció en el aire, una sombra trágica de lo que una vez fue. Mia y Alberto, tras la tormenta que los había azotado, se abrazaron con fuerza, con la promesa de proteger y amar a su hijo y a ellos mismos, curando las heridas del tiempo perdido.