Title: Whispers in the Dark

Lucifer Morningstar regresaba al Lux después de una extensa noche de música, risas y ajenjo. El reflejo de las luces de neón del club proyectaban destellos sobre las aceras mojadas por la llovizna reciente. Sus pasos resonaban en la soledad de la madrugada, hasta que un débil llanto interrumpió sus pensamientos. En un sucio callejón, entre montones de cartones y basura, encontró un pequeño bulto. Se agachó y descubrió un bebé recién nacido, abandonado y lloriqueando en medio del frío y la soledad. Atrapado por un impulso que ni él mismo podía explicar, lo tomó gentilmente en sus brazos. Extrañamente, sentir ese pequeño, vulnerable peso contra su pecho le hizo experimentar una paz inusitada, como si un rincón olvidado de su alma se hubiera iluminado. Contra todo pronóstico, Lucifer, el atormentado rey del infierno, decidió adoptar al niño. Lo llamó Caelum y se convirtió en su protector y padre. A medida que Caelum crecía, Lucifer le dedicó todo su amor y atención. Cuando el niño cumplió dos años, con gran ceremonia y orgullo, lo coronó como príncipe del infierno y su sucesor. Lucifer amaba a su hijo sobre todas las cosas; sin embargo, su naturaleza posesiva y celosa emergió intensamente. No permitía que nadie se interpusiera entre su amor por Caelum y el afecto que este pudiera tener por otros. A medida que los años pasaban, Lucifer intimidaba o eliminaba a potenciales amigos del niño, asegurándose de que su pequeño príncipe solo tuviera espacio en su corazón para él. Caelum creció en la opulencia y el afecto singular de su padre, pero también en una burbuja de soledad. Siempre sintió un vacío, una falta de conexión con otros seres humanos. Llegando a los quince años, Caelum decidió enfrentar a su padre y presentarle a alguien especial: un pretendiente que había logrado eludir la vigilancia de Lucifer. Lucifer vio la chispa de amor y esperanza en los ojos de Caelum y, aunque su corazón se llenó de celos, accedió a hablar con el joven pretendiente. Lo llevó aparte y con voz firme y amenazadora le dijo: —Escúchame bien, mortal. Si mi hijo derrama una sola lágrima por ti, si lo engañas teniendo una relación con otra persona, desearás nunca haber nacido. Te torturaré de formas que ni en tus peores pesadillas podrías imaginar. Nadie, absolutamente nadie rompe el corazón del hijo de Lucifer sin sufrir las consecuencias. Te estaré vigilando, así que cuídate. Y una última cosa: no te atrevas a mencionar esta conversación a mi hijo, o enfrentarás mi ira antes de lo que crees. El pretendiente, temblando de miedo, asintió rápidamente antes de retirarse. Lucifer observó cómo Caelum lo abrazaba con la esperanza pintada en su rostro. Al ver esa expresión de genuina alegría, por un breve momento, el diabólico príncipe sintió una punzada de remordimiento en su oscuro corazón. Aunque controlaría y protegería a Caelum con uñas y dientes, Lucifer entendió que no podía impedir por siempre que su hijo encontrara su propio camino y viviera sus propias experiencias, aunque estas trajeran consigo riesgos y dolores. Porque a pesar de su naturaleza, el amor, en su forma más pura, también implicaba dejar ir, aunque solo un poco.