Titan of Guilt: The Fall of a Narcissist

En la gran ciudad de Norland, vivía un hombre imponente y atractivo llamado Alexander Sterling. A sus 30 años, Alexander era conocido por su musculatura esculpida y un narcisismo que solo era superado por su desdén hacia los demás, especialmente hacia su hijo de 15 años, Ethan. Alexander consideraba a Ethan débil, insignificante y un nerd, características que despreciaba sin piedad. Ethan, por su parte, era un joven introspectivo y de pocas palabras, totalmente volcado en sus estudios y pasatiempos silenciosos. Su apariencia física no destacaba, pero poseía una inteligencia brillante y un corazón noble, cualidades que su padre nunca valoró. Un día fatídico, Ethan sufrió un grave accidente de tráfico que lo dejó en coma. Los médicos, luego de intentar todo por salvarlo, sugirieron desconectarlo. Fue entonces cuando Alexander sintió algo que nunca había experimentado antes: una punzada de arrepentimiento y culpa. Por primera vez en su vida, no permitió que desconectaran a su hijo. No le importó gastar su fortuna para contratar a la mejor enfermera y equipar su casa con todos los aparatos necesarios para atenderlo. Los días se volvieron meses y los meses parecieron años. Durante este tiempo, Alexander empezó a cambiar. Se quedó junto a la cama de Ethan, hablándole aunque no supiera si su hijo lo escuchaba. Reflexionó sobre las decisiones de su vida y el maltrato al que había sometido a Ethan. Sentía una culpa profunda y desgarradora que lo carcomía por dentro. Finalmente, después de medio año, Ethan despertó. Aunque todavía era débil, su mente estaba intacta. Alexander, notablemente cambiado, trató de enmendar sus errores, cuidando a Ethan con una devoción nunca antes vista. Sin embargo, las autoridades habían sido notificadas sobre el maltrato que Ethan había sufrido previamente. Decidieron que el joven ya no podía vivir en un hogar así. Para Alexander, perder a su hijo era algo que no soportaría. Un grupo de policías corruptos, comprados por su dinero, lo informaron de los planes de las autoridades. En su locura de no perder a Ethan, Alexander pensó solo en una cosa: "Primero muerto que permitir que me quiten a mi hijo. Él es mío y solamente mío". Preparó todo para huir del país con Ethan, usando identidades falsas y asegurando su fortuna fuera del alcance de la ley. Cuando los policías corruptos le traicionaron, Alexander los asesinó sin dudar. Su determinación de no perder a su hijo lo había llevado al límite de la cordura y la legalidad. Una noche oscura, antes de escapar, Alexander se acercó a Ethan. "Nos vamos, hijo", dijo con una voz que intentaba sonar calmada. Aunque Ethan no entendía completamente la situación, algo en la mirada desesperada de su padre le decía que no había opción. Con una fortuna inmensa y una identidad nueva, cruzaron las fronteras de su país. Alexander había llegado al extremo de la locura por no perder al hijo que otrora despreciara. En su obsesión, no permitiría que nadie, absolutamente nadie, se interpusiera entre él y Ethan. La vida le había cobrado caro por el daño que causó, pero en su mente distorsionada, todo se justificaba para no perder jamás a su hijo.