The Vanity's Echo: The Resurrection of the Forbidden Son

En una antigua mansión, sobre una colina envuelta en niebla, vivía un mago conocido por su atractivo físico, su musculatura imponente y un ego que superaba en tamaño a sus vastos dominios. Llevaba por nombre Lucius Valeron, un mago de sangre pura cuya reputación de narcisismo y soberbia era conocida en todos los rincones del mundo mágico. A la temprana edad de 20 años, Lucius tomó una decisión que marcaría su vida para siempre: abandonó a su hijo de dos años en un orfanato muggle, horrorizado ante la idea de que su estirpe quedara mancillada al haber nacido el niño sin magia, un squib. Durante años, Lucius continuó con su vida, perfeccionando sus conjuros, aumentando su poder y su fortuna, y cultivando su imagen pública de manera meticulosa. Jamás se permitió pensar en el hijo que había abandonado, convenciéndose de que su decisión había sido la correcta. Pero el destino tiene formas inesperadas de ajustar cuentas, y una mañana, cuando Lucius recibía su correspondencia, una carta no deseada cambió el curso de su vida. Provenía del orfanato donde había dejado a su hijo hacía tantos años. Con palabras formales, lo convocaban a presentarse de inmediato. Sintiéndose más molesto que preocupado, Lucius obedeció el requerimiento. Al llegar al orfanato, Lucius fue conducido apresuradamente al interior del edificio. Su desdén se transformó en horror cuando entró en una habitación y vio a su hijo, ya no un niño sino un joven, convulsionando y agonizando en una cama desvencijada. Algo dentro de Lucius se rompió en ese instante, y una avalancha de arrepentimiento lo golpeó con fuerza inusitada. Corrió hacia él y, con una voz temblorosa que nunca antes había usado, le suplicó: "Resiste, te sacaré de aquí y buscaré los mejores médicos para que no mueras. Por favor, resiste. Perdóname por abandonarte". Pero las súplicas de Lucius llegaron tarde. El joven exhaló su último aliento mientras los ojos suplicantes de su padre lo observaban. Desesperado y negándose a aceptar la realidad, Lucius tomó el cuerpo sin vida de su hijo y lo llevó a su mansión. En una habitación aislada por poderoso hechizos, realizó un hechizo de preservación del cuerpo. "Ahora vengo, hijo. Te levantarás y vivirás, no me importa lo que tenga que hacer", murmuró con una determinación feroz. Las noches pasaron y una, en particular, cambió su destino. El fantasma del joven apareció ante él, implorándole: "Déjame descansar, padre. Ya estoy muerto. Hiciste mucho daño. No perturbes más mi sueño, lo que estás intentando hacer va en contra de la naturaleza." Lucius, siguiendo su naturaleza obstinada y cegado por su búsqueda de redención, respondió: "Al fin tengo mi último ingrediente para que vivas. Perdón por esto, hijo". Y con un conjuro oscuro, capturó y encerró el espectro del joven en una botella encantada. Determinado a traer de nuevo a su hijo al mundo de los vivos, Lucius sabía que un sacrificio humano era necesario. En el sótano de su mansión, mantenía prisionera a su víctima, una persona que había seducido y capturado usando su carisma innato. Horas después, en medio de un ritual pagano, Lucius realizó el sacrificio. Con cada palabra del hechizo, el aire se volvió más espeso y una aura oscura envolvió la mansión. Finalmente, después de una explosión de energía arcana, el joven abrió sus ojos. Había resucitado. Para evitar que su hijo lo rechazara nuevamente, Lucius utilizó un hechizo de manipulación de recuerdos. Alteró sus pensamientos para que el joven, ahora sin memoria del dolor y el abandono, fuera incapaz de cuestionar a su padre. Pero en lo más profundo de su alma, Lucius sabía que el amor verdadero no podía ser forzado ni manipulado. Y aunque había recuperado a su hijo, jamás podría escapar de las sombras de sus elecciones. Así, la mansión sobre la colina permanecía envuelta en niebla, guardiana de secretos oscuros y eternas lamentaciones, mientras el mago continuaba su vida de lujo, músculos y impresionante atractivo, apartado irremediablemente de la felicidad genuina que tanto anhelaba.