"The Tragic Tale of Roman Todd: A Story of Redemption and Remorse"

Una vez era un apuesto, musculoso y narcisista actor de porno gay y bisexual llamado Roman Todd que vivía una vida llena de lujos y excesos. Este vida tan ostentosa no fue siempre parte de su existencia. Años antes de sumergirse en la industria del cine para adultos, Roman tuvo que asumir la responsabilidad de su hijo, abandonado por su madre, que persiguió la riqueza dejándolos a su suerte. Roman era dulce y amoroso con su hijo, y solo tenía ojos para él. La necesidad de ofrecerle una vida decente lo llevó a entrar en la industria pornográfica. Con el paso del tiempo, Roman fue enamorado por los encantos de la fama, el lujo y los placeres inmediatos. Se olvidó de su hijo, empujado por la vorágine de su ego e infidelidades. Llegó incluso al punto de negarlo y humillarlo, diciendo que era un huérfano dejado en su mansión, tratándolo como si fuera nada más que un sirviente indeseado. Roman, cegado por su egocentrismo, catalogó a su hijo como un insignificante nerd y lo atormentaba emocionalmente. El joven, incapaz de compartir su dolor, se había guardado en silencio un secreto devastador: tenía una enfermedad terminal que requería un trasplante de médula ósea para sobrevivir. Todo cambió un terrible día en que el joven, durante una discusión con Roman, se derrumbó bajo el peso de su enfermedad, empezando a sangrar y a perder el conocimiento ante el horror del actor. Roman, aterrorizado y culpable, llevó a su hijo al hospital, donde finalmente se enteró de su estadía mortal. Lleno de remordimiento, Roman se ofreció como donante de médula ósea y le pidió perdón a su aterrado y debilitado hijo. El joven perdonó a Roman, pero lo veía como un extraño que nunca fue realmente su padre. Justo cuando iban a realizar la operación, el frágil cuerpo del joven cedió ante la enfermedad y, a pesar de las súplicas de Roman, murió en la mesa de operaciones. Abandonado a su desgarrador dolor, lo único que Roman podía hacer era clamar a su hijo que resistiera, pero era demasiado tarde. Consumido por la culpa y los remordimientos, Roman se sumió en un mar de tristeza. Su mente, incapaz de asumir la realidad, se refugió en la fantasía de que su hijo estaba vivo y seguían haciendo las actividades de padre e hijo. Este espejismo trágico fue el costo de sus egoísmos y negligencias, un recordatorio permanente de la vida y el amor que perdió.