The Tragedy of Nick Walker

Había una vez un hombre llamado Nick Walker. Nick era un fisiculturista muy conocido, atractivo, musculoso y extremadamente ególatra. Su cuerpo había sido esculpido como una obra de arte y tenía miles de admiradores que lo adoraban en las redes sociales y en los gimnasios. Sin embargo, detrás de esa fachada perfecta, había un oscuro secreto que Nick mantenía oculto de todos. Nick tenía un hijo de 16 años llamado Alex. Alex era todo lo contrario a su padre: delgado, con gafas gruesas, amante de los libros y de los videojuegos, se destacaba en la escuela por sus calificaciones, pero no por su apariencia ni por su fuerza física. Nick estaba profundamente avergonzado de su hijo. No podía soportar la idea de que alguien descubriera que Alex era su descendencia, y por eso lo mantenía en las sombras, ocultándolo del mundo. La vergüenza y el desdén de Nick hacia Alex no eran solo privados. En la privacidad del hogar, Nick se transformaba en un monstruo cruel y agresivo. Cada día, sin falta, le recordaba a Alex cuánto lamentaba no haberlo dado en adopción. "Eres un estorbo en mi vida", "Debería haberte dejado en un orfanato" eran frases comunes en las conversaciones entre padre e hijo. Las crueles palabras y el maltrato físico se convirtieron en el pan de cada día para Alex. En la escuela, las cosas no eran mucho mejor para Alex. Era el blanco de la burla constante de sus compañeros, quienes lo acosaban por ser diferente. La soledad y el sufrimiento pronto se convirtieron en la norma para Alex, quien sentía que no tenía a nadie en el mundo. Una noche, a sus 16 años, Alex ya no pudo soportar más el dolor. Cansado de la crueldad de su padre y del acoso en la escuela, escribió una carta de despedida. Con lágrimas en los ojos, tomó una soga y, en la soledad de su habitación, decidió acabar con su sufrimiento. Al día siguiente, Nick encontró el cuerpo sin vida de su hijo. En un instante, todo su mundo se derrumbó. La carta de despedida, escrita con las trémulas letras de un corazón roto, le reveló el insondable dolor que Alex había estado soportando en silencio. Las palabras de la carta eran dagas en su alma, y el remordimiento lo aplastó con una fuerza abrumadora. Cada golpe que le había dado a Alex, cada insulto que había lanzado, cada vez que había deseado haberlo dejado en un orfanato, ahora regresaban a él como un torrente de culpa irresistible. Nick se dio cuenta de que había destruido la vida de su propio hijo con su crueldad y su egoísmo. Días después, el cuerpo de Alex fue enterrado en la lujosa mansión de Nick. Aunque el cuerpo ya no estaba, su recuerdo seguía presente y torturaba a Nick cada día. La culpa era un veneno que se esparcía lentamente por su mente, destruía sus pensamientos y lo empujaba hacia la locura. La mente de Nick comenzó a desdibujar las fronteras entre la realidad y la fantasía. Empezó a creer que Alex seguía vivo. Imaginaba que hacían actividades juntos, que se reían, que por fin se entendían como un padre y un hijo deben hacerlo. En su locura, Nick caminaba por la mansión hablando con su hijo inexistente, cocinaba dos platos en la mesa, dejaba espacio en el sofá para que Alex se sentara junto a él y le contaba historias de su día. Pero en el fondo de su mente, sabía la verdad. Y cada día, esa verdad le arrastraba más profundamente en su abismo de desesperación. El faraón de los músculos y la perfección se convirtió en un rey en el reino de la culpa y la soledad. Y así, la lujosa mansión, donde una vez el eco de las risas y los aplausos resonaban, se transformó en una prisión de remordimiento eterno, habitada por un hombre cuya alma nunca encontraría paz.