The Shadow Prince: A Twisted Love Story

Había una vez un hombre llamado Alexander, un magnate de negocios de 35 años cuya apariencia era tan deslumbrante como su riqueza. Musculoso, atractivo y multimillonario, Alexander era conocido por su arrogancia, su ego desmesurado y su crueldad. Su única debilidad parecía ser su propio reflejo que él admiraba con fervor. El dolor de la pérdida de su esposa, quien murió al dar a luz a su único hijo cuando él tenía 21 años, lo convenció de aferrarse aún más a sus negocios y lujos, ignorando al bebé que ella dejó atrás. El joven, llamado Liam, creció en la opulencia que solo el dinero puede comprar, pero el amor y la atención paternal nunca formaron parte de su vida. Alexander, lejos de ser el padre protector que su hijo necesitaba, se convirtió en su verdugo, burlándose de Liam por su debilidad, su amor por los libros y la ciencia, y su aparente incapacidad para convertirse en la imagen de su padre. Para Alexander, Liam era poco más que un estorbo, un recordatorio de su propio fracaso para mantener viva a la única persona que alguna vez amó. Desconocedor de la enfermedad terminal que drenaba lentamente la vida de su hijo, Alexander siguió en su camino de narcisismo y crueldad. Un día, Liam, desesperado por escapar de su vida de sufrimiento, tuvo una confrontación con su padre. Sus gritos de dolor y rabia fueron acallados por una crisis tan fuerte que lo dejó inconsciente en el suelo. Por primera vez, el miedo, la culpa y el remordimiento golpearon el corazón de Alexander. Lo llevó de inmediato al hospital, solo para descubrir la amarga verdad: a su hijo le quedaba poco tiempo de vida. Abrumado por un arrepentimiento que nunca antes había conocido, Alexander le pidió perdón a su hijo de una manera que resultó desgarradora. A pesar de todo, Liam, sin rencor en su corazón, lo perdonó. Durante las siguientes tres semanas, intentaron recuperar el tiempo perdido. Un día, mientras disfrutaban de un día de campo, Liam sufrió otra terrible crisis. Alexander lo tomó en sus brazos y condujo rápidamente a su mansión. “Vas a vivir, no me importa lo que tenga que pagar. Sobrevivirás,” murmuró Alexander desesperadamente, con lágrimas en sus ojos. Esa noche, impulsado por la desesperación, dijo: “Vendería mi alma y cualquier cosa para que mi hijo viva y me ame.” En ese momento, una risa escalofriante llenó la habitación, y Satanás apareció ante él. “¿Cualquier cosa, dices?” preguntó Satanás con una sonrisa siniestra. Alexander asintió, decidido. Satanás se inclinó hacia él y dijo: “Tu hijo vivirá y estará completamente sano, pero a cambio, te convertirás en mi instrumento. Serás el Anticristo. Dominarás el mundo y lograrás grandes cambios. No conocerás más sentimientos patéticos como la caridad, la humildad o el amor. Lo único que te importará será tu dominación y tu hijo, el único ser vivo al que amarás, pero de una manera egoísta y posesiva. Matarás a cualquiera que intente acercarse románticamente a él. ¿Aceptas el trato?” Sin vacilar, Alexander asintió. En un instante, el mal se encarnó en él, y al mirarse en el espejo, dijo: “Ahora este mundo será nuestro” —refiriéndose a él y a su hijo. Se acercó a Liam, quien descansaba curado, y lo abrazó. “Cumplí mi promesa, pequeño. Vivirás.” Le susurró al oído: “Ahora dedicaré mi tiempo a que estemos juntos y logremos nuestro propósito de dominar el mundo. Eres mío y solo mío.” Alexander vio una carta sobre la mesa. Al abrirla, descubrió que era una declaración de amor dirigida a Liam. El enojo y la posesión llenaron su corazón. Averiguó quién la había escrito y, en una noche de furia, lo asesinó a sangre fría. “Esto te lo buscaste por intentar quitarme lo que es mío. Mi hijo es mío y solo mío,” murmuró mientras cometía el crimen. Días después, Liam descubrió que estaba milagrosamente curado y que su padre lo miraba con un amor intenso y egoísta. Alexander, sumido en sus oscuros planes, murmuraba para sí mismo: “Pronto, este mundo será mío y de mi hijo. Esos humanos patéticos creerán que tienen un salvador, sin saber que sufrirán como nunca.” Sus ojos se volvieron negros por un momento mientras decía esto. Liam sospechó la verdad y decidió escapar. Sin embargo, su padre lo descubrió. “¿Pensabas abandonarme? Nunca me dejarás. Tendré que castigarte,” gritó furioso mientras lo golpeaba con un cinturón. Al ver la condición de su hijo herido, se arrepintió. Usando sus poderes infernales, lo curó. “Perdóname hijo, no quise hacerte esto. No soportaría que me abandonaras,” dijo mientras lo abrazaba posesivamente. “Eres mío y solo mío,” repitió, sus ojos negros delatando la verdad de la transformación. Alexander ya no era un hombre; era un ser demoníaco y malvado, decidido a cumplir sus sueños de dominación mundial. Y su única debilidad, su único lazo con la humanidad que una vez conoció, era su hijo, su pequeño príncipe, por quien haría cualquier cosa.