The Shadow of Vanity

Nick Walker, reconocido fisiculturista, era la definición de éxito y perfección física. Su figura musculosa y rostro atractivo atraían a millones de admiradores en redes sociales y competencias. Sin embargo, detrás de esa imagen impecable, se ocultaba una verdad dolorosa. Nick tenía un hijo de 16 años, a quien mantenía oculto del mundo. Su hijo, Daniel, era todo lo contrario a él: delgado, tímido, con gafas gruesas y profundamente interesado en la ciencia y la literatura. A Nick le avergonzaba increíblemente que su descendencia no reflejara su propia imagen. En lugar de recibir amor y apoyo, Daniel soportaba diariamente las crueldades de su padre. Cada día, Nick no perdía oportunidad para recordarle a Daniel lo decepcionante que era. "Ojalá te hubiera metido en un orfanato", solía decirle. "Así no tendría que cargar con un estorbo en mi vida". Además, la agresividad física de Nick era un secreto sombrío, oculto tras las puertas cerradas de su lujosa mansión. La vida escolar de Daniel no era mejor. En la preparatoria, era objeto de burlas y acosos constantes. No veía escapatoria, y la sombra del desprecio de su padre lo perseguía hasta la escuela. Una noche, después de un día especialmente duro, Daniel sintió que su resistencia se había agotado. Con una tristeza insoportable y una sensación de vacío, escribió una carta de despedida, dejando plasmado todo su dolor. Despues, con la decisión ya tomada, tomó una soga y terminó con su sufrimiento en su habitación. A la mañana siguiente, el horror golpeó a Nick con una fuerza devastadora. Encontró el cuerpo sin vida de su hijo colgando del techo. La carta en el suelo aclaraba todo el sufrimiento que había soportado Daniel, principalmente provocado por el hombre que debería haberle dado amor y protección. El remordimiento y la culpa comenzaron a consumir a Nick. Recordaba cada palabra cruel, cada golpe, y con cada recuerdo, el vacío en su corazón se hacía más grande. Los días que siguieron fueron un tormento. Daniel fue enterrado en los terrenos de la mansión, y con cada palada de tierra que cubría el ataúd, Nick sentía como su propio corazón se enterraba junto a su hijo. La culpa fue demasiado para Nick. Poco a poco empezó a perder la razón. En su mente rota, comenzó a creer que Daniel aún estaba vivo. Veía a su hijo en cada rincón de la casa, le hablaba, y pretendía que compartían actividades de padre e hijo: estudiaban juntos, jugaban y hasta hacían ejercicio. La mansión, que alguna vez fue un símbolo de éxito y poder, se convirtió en un triste refugio de fantasmas del pasado. En el exterior, sus admiradores seguían viendo la figura imponente de Nick Walker, sin imaginar el tormento y la locura que escondía. El atractivo y musculoso fisiculturista había perdido todo, excepto su cuerpo perfecto, un cascarón vacío que ocultaba el inmenso dolor de un padre que comprendió demasiado tarde el valor de un hijo. La ironía del destino quedó patente en la figura de Nick Walker. El hombre que lo tenía todo, terminó solo, aferrado a un delirio, intentando en su locura enmendar los errores que nunca tuvo el valor de corregir mientras aún había tiempo.