The Shadow of a Giant

Nick Walker era conocido por su increíble físico y su arrogante actitud. Atravesaba la vida con un aire de superioridad, convencido de que su cuerpo esculpido lo hacía invencible. Sus seguidores en las redes sociales lo adoraban, y en el mundo del fisiculturismo, era un titán. Sin embargo, Nick guardaba un secreto profundo y oscuro, algo que ocultaba de todos: tenía un hijo de 16 años. El joven se llamaba Edgar, y era todo lo contrario a su padre. Edgar era delicado, con gafas gruesas que enmarcaban sus ojos tímidos. Amaba los libros de ciencia ficción y pasaba sus horas en silencio, en su pequeño rincón del mundo. Su apariencia era frágil, y su timidez lo hacía parecer casi invisible. Para Nick, Edgar era una fuente de vergüenza. El musculoso fisiculturista despreciaba a su propio hijo por ser lo que él consideraba un "débil perdedor". Nick nunca mencionaba a Edgar en público, y en privado, su crueldad no conocía límites. "Ojalá te hubiera metido en un orfanato," le repetía Nick a diario, su voz cargada de desprecio. "Eres solo un estorbo en mi vida." Edgar sufría en silencio, no solo los abusos de su padre, sino también el acoso en la preparatoria. Los otros estudiantes, alertados por el desprecio de Nick, veían en Edgar un objetivo fácil. Una noche, después de soportar insultos constantes y palizas, Edgar escribió una carta de despedida. Sus manos temblaban mientras derramaba en palabras la tristeza y la desesperación que lo consumían. Sin ver una salida, tomó una soga y se ahorcó en su habitación. Sentía que ya no podía seguir adelante, que ya no había esperanza ni consuelo en su vida. Al día siguiente, Nick encontró el cuerpo sin vida de su hijo. Una ola de horror y culpa se apoderó de él cuando leyó la carta de Edgar. Cada palabra era una punzada en su corazón, cada frase una sentencia de condena eterna. Recordó con precisión cada golpe, cada insulto, y por primera vez, el peso de sus acciones cayó sobre él como una montaña, aplastándolo. El cuerpo de Edgar fue llevado, y días después, Nick lo enterró en el jardín de su mansión, un monumento a su propio fracaso como padre. La culpa transformó a Nick, erosionando su mente y su espíritu. Dejó de entrenar, ya nada importaba. Lentamente, perdió la razón, atrapado en un delirio donde Edgar aún vivía. En su mente, Nick y Edgar pasaban tiempo juntos, realizando actividades de padre e hijo que nunca sucedieron en la realidad. Veía a Edgar sonreír, imaginaba conversaciones que nunca tuvieron. La figura del joven se convirtió en una presencia constante, casi tangible. Vivía en una ilusión, ajeno a la realidad, aferrado a un lazo que solo existía en su frágil psique rota. La mansión, grande y vacía, resonaba con los murmullos de un hombre perdido en su laberinto de arrepentimiento y locura. El titan invencible había caído, atrapado por los espectros de su propia crueldad, incapaz de escapar de la tortura perpetua de su conciencia. Y así, Nick Walker, el hombre que se pavoneaba ante el mundo con su fuerza, terminó siendo derrotado por la fragilidad de su propio corazón.