The Infernal Prince

Era una noche como tantas otras cuando Lucifer Morningstar, dueño del famoso bar Lux y señor del Infierno, regresaba a su lujoso apartamento en Los Ángeles. El viento soplaba suave, y las luces de la ciudad creaban un espectacular juego de sombras. Sin embargo, algo rompía la armonía de la noche perfecta: un llanto delgado y desgarrador provenía de un oscuro callejón. Lucifer, impulsado por la curiosidad, se acercó al origen del sonido. Allí, envuelto en una manta, estaba un bebé recién nacido, abandonado y vulnerable. Al tomar al pequeño en sus brazos, una sensación de paz y calidez inundó a Lucifer, algo que nunca antes había experimentado. Sentir aquel pequeño corazón latir contra su pecho le hizo experimentar una conexión más allá de lo terrenal. Decidido a darle un hogar, Lucifer adoptó al bebé, a quien llamó Rafael. De alguna forma, la responsabilidad de cuidar de aquella frágil vida suavizó su naturaleza egocéntrica y egoísta. Rafael creció rodeado de lujos y amor, y cuando cumplió dos años, Lucifer lo coronó como príncipe del Infierno y su sucesor, y les presentó a los demonios: "Este es mi hijo, mi heredero, mi todo". Lucifer amaba a su hijo sobre todas las cosas, pero su amor tenía un lado oscuro: su naturaleza posesiva y celosa lo empujaba a aislar a Rafael de cualquier posible amistad. Los pocos amigos que Rafael intentó tener desaparecieron misteriosamente, sin que él supiera que su propio padre los amenazaba, torturaba o, en el peor de los casos, acababa con ellos. La adolescencia de Rafael estuvo marcada por la soledad. A pesar del afecto incondicional de su padre, extrañaba compañía y anhelaba relaciones que iban más allá de los lazos familiares. Al cumplir quince años, Rafael conoció a un joven, un pretendiente llamado Andrew, quien, de alguna manera, logró escapar del escrutinio de Lucifer y desarrollar un vínculo con el joven príncipe. La noche en que Rafael presentó a Andrew a su padre fue tensa. El aire parecía cargado de electricidad. Lucifer observó al joven con ojos de fuego y, aunque sonrió con cortesía, su naturaleza oscura mantenía una amenaza latente. Esa misma noche, Lucifer llamó a Andrew a su despacho privado. —Escúchame bien —dijo Lucifer, su voz baja y amenazante—. Si mi hijo derrama una sola lágrima por ti o si lo engañas y tienes una relación con otra persona, desearás no haber nacido. Te prometo una tortura inimaginable y eterna. Nadie le rompe el corazón al hijo de Lucifer sin sufrir las consecuencias. Te estaré vigilando cada segundo de tu patética existencia. Andrew, petrificado, asintió con la cabeza, temblando. —Y una cosa más —añadió Lucifer, su tono aún más gélido—. No te atrevas a decirle nada de esta conversación a mi hijo. Si lo haces, tu destino será aún peor de lo que puedes imaginar. Los días pasaron, y aunque Rafael nunca entendió por qué Andrew frecuentemente se mostraba nervioso y temeroso, su relación continuó. El joven príncipe, ajeno a las manipulaciones de su padre, continuó buscando por todos los medios construir relaciones fuera del oscuro influjo de Lucifer. Pero el amor mismo puede ser una prisión, y en el caso de Rafael, la sombra de su padre era larga y profunda. La historia de Rafael y Andrew se convirtió en una de las aventuras más significativas del joven príncipe. Andrew, decidido a amar a Rafael sin importar las amenazas, logró darle una muestra de libertad y compañía, esquivando las garras del mismísimo Diablo en el proceso. Lucifer, en su intento de proteger a su hijo, había creado una burbuja de miedo y control. Pero incluso el Príncipe del Infierno debía aprender que el amor verdadero implica sacrificio y libertad, conceptos que para alguien de su naturaleza requerían una elección igualmente infernal. Y así, el príncipe del Infierno empezó, poco a poco, a forjar su propio destino, demostrando que la luz puede encontrarse incluso en los rincones más oscuros.