The Echo of Selfishness: A Dark Pact between Father and Son

Hace 14 años, la vida de Alec Donovan cambió para siempre. A los 21 años, presenció la muerte de su esposa durante el nacimiento de su único hijo, Alex. Desde ese momento, Alec se sumergió en el mundo de los negocios, convirtiéndose en un multimillonario sin escrúpulos. Su atractivo físico y su musculatura imponente lo hacían destacar, pero su alma estaba llena de oscuridad. El narcisismo y la arrogancia dominaban su personalidad, relegando a su hijo a un rincón de su existencia. Alex, un joven de inteligencia deslumbrante, pero físicamente débil, sufría bajo la tiranía de su padre. Mientras su padre acumulaba amantes y se deleitaba en su poder, Alex se refugiaba en sus libros y su mundo interior. La crueldad de Alec no conocía límites, y su desprecio por su hijo, a quien consideraba un nerd y un perdedor, era palpable. Ningún acto de bondad o amor emanaba de él hacia el joven. El destino, sin embargo, tenía otros planes. Alex, a sus 14 años, sufría en silencio de una enfermedad terminal. Una dolencia que se mantenía oculta bajo la fachada de su aparente normalidad. Cansado de soportar el infierno que era su vida con su padre, un día Alex se enfrentó a él en una discusión violenta. Las palabras cortaron profundo y las emociones hicieron estragos. En medio de la disputa, Alex colapsó, una crisis tan intensa que perdió el conocimiento. Por primera vez, Alec sintió un atisbo de culpa y remordimiento. La imagen de su hijo indefenso lo sacudió hasta el núcleo y lo llevó al hospital con la esperanza de salvarlo. Allí, el cruel destino le reveló la verdad: su hijo tenía poco tiempo de vida. La culpa se transformó en una pesada cadena que lo aprisionaba. Desesperado, Alec imploró el perdón de su hijo y, en un acto de nobleza inesperada, Alex lo perdonó. Las semanas siguientes fueron un giro radical en su relación. Alec, decidido a enmendar sus errores, comenzó a dedicar tiempo a su hijo. En un día de campo, la enfermedad de Alex se manifestó nuevamente, y Alec lo llevó en brazos a su mansión, luchando contra el pánico y la desesperación. El joven entró en crisis y en ese momento, Alec, con su alma rota, exclamó su deseo de cualquier cosa por salvar a su hijo. Pronunció: "Vendería mi alma y cualquier cosa para que mi hijo sobreviva y me ame". En ese instante, el mismísimo Satanás apareció. "¿Cualquier cosa?" preguntó el demonio con una sonrisa siniestra. Alec asintió, desesperado. Satanás entonces le ofreció un trato: su hijo viviría y estaría sano, pero a cambio, Alec se convertiría en su instrumento, el Anticristo. Sería despojado de sentimientos como la caridad, la humildad y el amor altruista. Su único amor sería por su hijo, un amor egoísta y posesivo. "Matarás a todo aquel que intente acercarse a él con intenciones amorosas", advirtió Satanás. Alec, sin dudarlo, aceptó el trato. El cambio fue inmediato. Alec se levantó con una renovada confianza y maldad en su mirada. "Ahora este mundo será nuestro", murmuró mientras observaba a su hijo descansar sano por primera vez. Lo abrazó y susurró: "Cumplí mi promesa, pequeño. Vivirás, y juntos dominaremos el mundo. Eres mío y solo mío". Esa noche, Alec encontró una carta sin abrir sobre la mesa. Al examinarla, descubrió que era una declaración de amor para su hijo. La ira y la posesión lo consumieron. Averiguó quién había escrito la carta y, sin piedad, asesinó al enamorado con sus propias manos. "Esto te lo buscaste por intentar quitarme lo que es mío", gritó mientras la vida se escapaba del cuerpo de la víctima. "Mi hijo es mío y solo mío, y mataré a quien intente quitármelo". Así, el hombre que había perdido su humanidad abrazaba su destino oscuro, dispuesto a cualquier cosa por mantener a su hijo bajo su poder, en una promesa corrupta de amor eterno y posesivo.