The Echo of Regret: A Selfish Tragedy

En una ciudad bulliciosa, vivía un hombre llamado Martín, conocido por todos por su apariencia impecable: musculoso, de rasgos marcados y una confianza arrolladora que rayaba en la arrogancia. Su narcisismo era tan evidente como su físico, y no dejaba pasar un solo día sin admirarse a sí mismo en cualquier reflejo que encontrara. Martín tenía un hijo, Samuel, de 15 años. Samuel era todo lo opuesto a su padre. Mientras Martín se desvivía por sus entrenamientos en el gimnasio y su colección de espejos, Samuel se refugiaba en los libros, la computadora, y la programación. Amaba la ciencia y soñaba con ser un gran ingeniero. Pero a los ojos de Martín, su hijo era un ser débil, insignificante, un nerd sin remedio. Nunca perdió la oportunidad de menospreciarlo y de hacerle sentir que no estaba a la altura. "¿Cuándo vas a dejar de perder el tiempo con esas tonterías?", le decía Martín mientras flexionaba sus músculos frente al espejo, "Tendrías que ser más como yo, fuerte y atractivo. Nadie respeta a alguien débil como tú." La relación entre ellos era fría y prácticamente inexistente. Samuel, acostumbrado a los desprecios de su padre, se encerraba cada vez más en sí mismo, refugiándose en su mundo digital donde, a diferencia de la realidad, se sentía valorado y respetado. Una noche, Martín recibió una llamada que cambiaría su vida para siempre. Samuel había sido atropellado por un conductor ebrio mientras regresaba de la biblioteca. Martín corrió al hospital con un nudo en el estómago, demasiado tarde. Samuel había fallecido en el acto. El dolor del golpe fue inmediato y devastador. Por primera vez en su vida, Martín sintió una angustia que no podría aliviarse con ejercicios o admirando su propio reflejo. La culpa lo consumía. Todas esas veces en las que había despreciado a Samuel, esa vez en la que lo ignoró por ir al gimnasio, esa vez en la que no asistió a uno de sus concursos de ciencia. Todo volvía a su mente como puñaladas en el corazón. Martín pasó días enteros vagando por la casa, rodeado de los libros y computadoras de Samuel, sintiéndose un extraño en el mundo que su hijo amaba. Cada objeto le recordaba la genialidad y la bondad que habitanba en Samuel, cualidades que Martín nunca se molestó en ver o comprender. Una noche, en un intento desesperado de conectar con su hijo, Martín encendió la computadora de Samuel y encontró una carpeta con su nombre. Dentro, un sinfín de proyectos y notas dedicadas a él. Samuel quería hacer una aplicación dedicada a la memoria de su padre, que reuniera todas las fotos y momentos que significaban algo para ellos, aunque esos momentos fueran escasos y casi inexistentes. Martín se derrumbó ante la pantalla, dándose cuenta de cuánto había perdido. Todos esos años criticando, despreciando y rechazando al único ser que lo amaba incondicionalmente, sin importar cuán cruel pudiera ser. Lleno de un dolor que ya no podía revertir, Martín decidió cambiar. Vendió toda su colección de espejos y se inscribió en clases de programación, con la esperanza de aprender sobre el mundo que Samuel tanto amaba. Quería honrar a su hijo, aunque fuera solo en memoria, por todo lo que no pudo darle en vida. La lección más dura de su vida le había llegado demasiado tarde. La imagen que alguna vez reflejó orgullo y vanidad ahora reflejaba arrepentimiento y una tristeza profunda que nunca desaparecería. Pero Martín se aferró a la esperanza de que, en algún lugar, Samuel supiera que finalmente su padre comprendía su valía.