The Echo of Arrogance: The Story of a Lost Father

Había una vez un hombre llamado Alberto, un individuo de 30 años que se enorgullecía de su apariencia física y su imponente musculatura. Alberto vivía en una burbuja de narcisismo, deleitándose en su propio reflejo y la atención que recibía por parte de los demás. Su atractivo le había otorgado una seguridad impenetrable, o al menos eso pensaba él. Alberto tenía un hijo de 15 años llamado Luis, un joven completamente diferente a su padre. Luis era delgado, llevaba gafas y prefería pasar su tiempo leyendo libros y resolviendo complicados problemas matemáticos. Aunque Luis admiraba a su padre, Alberto solo sentía desprecio por su propio hijo. Despreciaba la falta de interés de Luis por el deporte y el físico, y lo etiquetaba cruelmente como débil e insignificante. Para Alberto, tener un hijo nerd y poco agraciado era una fuente constante de frustración y desdén. Cada día, Alberto encontraba nuevas maneras de humillar a Luis. "Mírate," solía decirle, "¿Cómo puedes ser tan débil? ¿Por qué no puedes ser más como yo?" Los insultos y la falta de apoyo comenzaron a pesar sobre los hombros de Luis, pero el chico intentaba mantenerse fuerte, esperando que algún día su padre lo aceptara tal como era. La vida tenía sus propios planes. Un día fatídico, Luis sufrió un accidente mientras volvía a casa del colegio. Un coche fuera de control lo atropelló, y el impacto fue mortal. La noticia golpeó a Alberto como un martillo, quebrando su mundo dorado y perfecto. De repente, la apariencia física y la admiración de los demás se volvieron insignificantes. Su hijo, lo único realmente valioso que tenía, se había ido para siempre. En los días y semanas que siguieron, una marea de arrepentimiento comenzó a inundar a Alberto. Todas las veces que había despreciado, humillado y herido a Luis volvieron a él como pesadillas. Se dio cuenta de que había perdido la oportunidad de conocer y amar a su propio hijo. El dolor del arrepentimiento era insoportable, pero ya era demasiado tarde para remediarlo. No había forma de devolver a Luis, ni de pedirle perdón. Alberto se convirtió en un hombre atormentado, su físico musculoso y atractivo ahora no era más que una cáscara vacía. Vivía cada día con el peso de su arrepentimiento, asistiendo a reuniones de padres donde escuchaba a otros hablar de sus hijos y se daba cuenta del tesoro que había dejado escapar por su propio egoísmo. El castigo mayor de la vida hacia Alberto no fue perder a su hijo, sino vivir con la pena y el conocimiento de que podría haber sido un buen padre, un verdadero apoyo, si no hubiera estado tan cegado por su propio reflejo. Ahora, ese reflejo sólo le mostraba a un hombre que había perdido lo más importante debido a su propia vanidad y arrogancia.