The Echo of Ambition: A Mage's Sacrifice

En un rincón sombrío de la Inglaterra mágica, vivía un mago de sangre pura llamado Cedric Blackburn. Sus cabellos oscuros y ojos verdes profundos hacían que cualquiera se sintiera insignificante a su paso. En sus veintitantos años, su cuerpo musculoso y sus habilidades mágicas lo hacían la fantasía de muchos brujos y brujas. Sin embargo, tras su rostro encantador y sonrisa perfecta, yacía un ego voraz y un narcisismo sin límites. A los 20 años, un acontecimiento cambió su vida. El día en que nació su hijo, Henry, Cedric sintió una mezcla de euforia y orgullo. No obstante, pronto descubrió lo que consideraba un defecto imperdonable: su hijo era un squib, un niño nacido sin ninguna pizca de magia en sus venas. La sola idea de que su apellido quedara manchado por esta debilidad lo llenaba de ira. Con el corazón endurecido, y decidido a mantener incontaminada la reputación de los Blackburn, Cedric llevó a su hijo a un orfanato muggle y lo abandonó allí sin mirar atrás. Los años pasaron. Cedric continuó su vida, creciendo en poder y fama entre sus pares mágicos, sin pensar en el niño al que había dejado atrás. Sin embargo, una carta inesperada llegó a su puerta un día, citándolo en aquel orfanato muggle. Aunque inicialmente quiso ignorarla, algo le picó en el fondo, una sensación olvidada que no podía identificar. Al llegar al orfanato y cruzar el umbral sombrío, Cedric se encontró con una escena desgarradora. Su hijo Henry, ya un joven de 17 años, yacía en el suelo convulsionando y agonizando. Un sentimiento que había creído enterrado resurgió: el arrepentimiento. Se acercó rápidamente al moribundo. "Resiste", susurró desesperadamente, "te sacaré de aquí. Buscaré los mejores médicos para que no mueras. Por favor, resiste. Perdóname por abandonarte". Pero era demasiado tarde. La vida se desvaneció de los ojos de Henry mientras Cedric sostenía su mano. Negándose a aceptar la cruda realidad, Cedric se llevó el cuerpo sin vida de su hijo a su mansión. Condujo el cuerpo a una habitación secreta y oscura, donde usó su magia para preservar su cadáver. "Ahora vengo, hijo. Te levantarás y vivirás. No me importa lo que tenga que hacer", prometió, forjando un deseo casi patológico. Las noches pasaron y, una de esas noches, el fantasma de Henry se presentó ante su padre. La silueta etérea del joven miró a Cedric con tristeza. "Déjame descansar, padre. Ya estoy muerto. Hiciste mucho daño. No perturbes más mi sueño. Lo que estás intentando hacer va en contra de la naturaleza". La respuesta de Cedric fue fría, calculada. "Al fin tengo mi último ingrediente para que vivas. Perdón por esto, hijo". Entonces, sacó una botella profusamente encantada, y en un acto de magia oscura, capturó y encerró el fantasma de Henry. "Ahora, hijo, ya encontré la manera para que vivas", murmuró ante el cuerpo inerte. "Debo sacrificar una vida y ofrecerla para que revivas. Y la víctima la tengo encerrada en el sótano. Usé mi carisma para seducirla y capturarla". Horas después, Cedric realizó el siniestro sacrificio humano. Con los rituales completados y las fórmulas recitadas, vio cómo la chispa de vida volvía al joven. Henry abrió los ojos. Para asegurarse de que su hijo nunca lo rechazara de nuevo, Cedric alteró sus recuerdos, borrando cualquier rastro de dolor y abandono. En la estela de su obsesión y narcisismo, Cedric Blackburn había logrado lo que pocos podrían imaginar. Pero a qué costo, se preguntaban los ecos de la mansión. Si es que el amor verdadero puede ser forzado y manipulado por la magia más oscura, ¿o si condenar un alma a estar atada a uno mismo es verdadero amor? Estas eran preguntas que solo el tiempo podría responder, mientras Henry miraba a Cedric con ojos llenos de memorias falsas, ajeno al tormento de su existencia restaurada.