The Echo of a Broken Heart-1

David Chocarro, conocido por su físico imponente y carácter narcisista, alguna vez fue un hombre sencillo con una esposa amorosa y un hijo recién nacido. Su esposa, Mariana, estaba siempre a su lado, en las buenas y en las malas, animándolo a seguir sus sueños y apoyándolo incansablemente para que pudiera construir una carrera en el mundo del espectáculo. Fue Mariana quien trabajó largas horas y quien lo consoló en sus momentos de duda, mientras él luchaba por abrirse camino. Pero todo cambió cuando David logró alcanzar la fama. Seducido por la gloria y la atención de innumerables mujeres que lo deseaban por su apariencia física, David pronto olvidó los sacrificios y el amor incondicional de su familia. A Mariana la relegó a los cuartos de servicio, tratándola no como una esposa, sino como una criada. Negó su existencia ante todos, proclamando ser un hombre soltero sin ningún tipo de ataduras. Su desprecio se extendió también a su hijo, Julián. Durante 15 años, David no pasó un solo momento significativo con él. En lugar de ser un padre, fue su bully, menospreciándolo y humillándolo por ser diferente, por ser un nerd y no un reflejo de la virilidad que él tanto valoraba. El destino es implacable, y la vida decidió cobrar a David por tanto sufrimiento causado. En una fastuosa fiesta de aniversario que celebraba sus 16 años de carrera, una de sus muchas amantes, engañada y despechada al descubrir que sus promesas eran vacías, se presentó armada. La mujer, en un acceso de furia, disparó intentando acabar con la vida de David. Pero el destino, en su cruel ironía, desvió la bala hacia Julián, quien cayó herido en el suelo. Por primera vez, al ver a su hijo sangrando, David sintió una punzada de preocupación, de culpa y de remordimiento. Mariana se precipitó junto a su hijo, llorando desconsoladamente. "No, hijo, no me dejes," sollozaba. "Nunca me perdonaré por no habernos ido de este infierno." David, arrodillado ante Julián, le suplicaba que resistiera, asegurándole que los paramédicos estaban en camino. Entre susurros de dolor, Julián lo miró y dijo: "No quiero irme con odios ni rencores. Te perdono, papá. Ahora, sin mi, sigue disfrutando de tu vida." Y, con esas palabras, el joven dejó de respirar. Un grito desgarrador salió de la boca de David. "¡No, hijo, no te vayas!" clamaba, tratando de aferrarse a alguna esperanza. Mariana, llena de furia y dolor, le gritó: "¡Vete, David! Por tu culpa nuestro hijo murió. Vete y disfruta de tu tiempo con tus amantes. Yo nunca te dejé por él, ahora que no está, lucharé por mí misma. Quiero el divorcio." Y, llorando, se alejó de él. David, aferrado al cuerpo sin vida de Julián, lloraba y lanzaba grandes lamentos. Incluso durante el funeral, no quería separarse del ataúd de su hijo. Cuando el joven fue enterrado, Mariana, con una mezcla de tristeza y determinación, se acercó a David y le dijo adiós. "Espero que te vaya bien en tu vida, David," dijo antes de marcharse. "Ahora que nuestro hijo no está, consolémonos mutuamente," rogó David. Pero Mariana, con ironía y dolor, respondió: "¿Qué hijo, David? Tú siempre nos negaste. Se te volvió realidad tu mentira. Ya déjame ir." Esa noche, David, destrozado, entró en la habitación de Julián. Al tocar sus cosas, el dolor y la culpa lo abrumaron. Derribó juguetes y fotografías, gritando angustiado, "Debí haber pasado tiempo contigo, hijo. Debí haber dedicado mi atención a ti." Sus gritos se mezclaron con las lágrimas, y finalmente, exhausto, se quedó dormido en la cama de su hijo, sosteniendo una fotografía de él. Pasaron los meses, y el inmenso dolor hizo que David perdiera la razón. En su resquebrajado mundo mental, su hijo seguía vivo. En ese mundo irreal pasaban tiempo juntos, quizá tratando de redimir todos los momentos perdidos. Pero ya era demasiado tarde. La realidad lo había golpeado con demasiada dureza, y ahora, David vivía atrapado en la ilusión de una vida que nunca podría recuperar.