The Dark Melody of Regret

Bajo la sombra de una imponente mansión gótica, ocultada por la densa vegetación de un bosque oscuro, vivía un vampiro extremadamente atractivo y musculoso, con la piel pálida como el mármol y unos ojos tan oscuros como la noche. Nadie habría adivinado que detrás de esa aparente juventud de unos 30 años, este ser tenía en realidad 150 años de existencia. Completamente ególatra y narcisista, su vanidad no conocía límites. Este vampiro, cuyo nombre era Lucien, despreciaba todo lo que no reflejara su grandiosidad. Su único hijo, Ethan, era precisamente lo opuesto. Delicado, enclenque, y con una inclinación por los libros y el conocimiento, Ethan no encajaba en el altar de perfección que Lucien había construido para sí mismo. A los ojos de Lucien, su hijo era débil e insignificante, el eslabón más débil de su legado. No perdía oportunidad para humillarlo, recordándole constantemente su supuesta inferioridad. Pero el destino tiene formas curiosas de enseñar lecciones. Una noche fatídica, Ethan sufrió un violento accidente de tránsito que lo dejó en coma. Los médicos, tras arduos intentos de recuperarlo, sugirieron desconectarlo. Lucien, por primera vez, sintió el verdadero peso de sus acciones; el arrepentimiento y la culpa lo carcomían. No podía permitir perder a su hijo, no de esa manera. Contra todo pronóstico, decidió llevárselo. Con una velocidad inhumana, voló hasta la mansión llevando a Ethan en sus brazos. Al llegar, lo depositó en una antigua mesa de piedra en el sótano, un lugar cargado de historia y poder. Mirando el rostro inerte de su hijo, una decisión imposible se formó en su mente. “No dejaré que mueras, papá nunca lo permitirá,” susurró con voz solemne. Sus colmillos emergieron lentamente de sus encías y, sin más demora, penetraron la piel de Ethan. La sangre fluyó, y una nueva vida comenzó a gestarse en el cuerpo del joven. Al cabo de unos minutos, Ethan abrió los ojos, sus pupilas ahora teñidas de un rojo profundo. Lucien entonces sacó una bolsa de sangre que había robado de un banco de sangre y se la ofreció a Ethan, quien la bebió con avidez. Pasaron meses, y en ese tiempo, Ethan comenzó a ver cambios positivos en su padre. El trato cruel y despectivo dio paso a una devoción ansiosa y temerosa. Sin embargo, el tiempo de paz fue breve. Las autoridades, habiendo sido alertadas sobre el maltrato infantil que Ethan había sufrido, comenzaron a investigar. Decidieron que el joven no podía seguir viviendo en un hogar así. La posibilidad de perder a su hijo era inimaginable para Lucien. Consultó a algunos policías que había sobornado y descubrió que había sido traicionado. La traición se pagaría con sangre. “Primero muerto que permitir que me quiten a mi hijo. Él es mío y solamente mío,” declaró con un frenesí maligno. La noche siguiente, se encargó impecablemente de eliminar a los policías corruptos, asegurándose de que nunca pudieran traicionarlo nuevamente. Lucien sabía que su única opción era huir del país. Con una identidad falsa y toda su fortuna bien oculta, decidió desaparecer con Ethan. Juntos, emprendieron un camino sin retorno, pero con la esperanza de construir un nuevo mundo donde nadie pudiera separarlos. Los lazos de sangre y la creación de nuevos vínculos sobrenaturales aseguraron que su destino ahora estuviera eternamente unido. Mientras volaban hacia nuevas tierras, Lucien juró que nunca más permitiría que otros interfirieran en su vida. Ahora, confiado en su poder y decidido a proteger a Ethan a cualquier costo, se preparó para confrontar al mundo, sangre por sangre, noche tras noche.