The Dark Melody of David Chocarro

En un espacio elegante y modernista en Miami, vivía David Chocarro, un renombrado actor y modelo famoso por su atractivo físico y su narcisismo exacerbado. David, conocido por su apariencia viril y musculosa, ocultaba un oscuro secreto: tenía un hijo de 15 años al que despreciaba profundamente. Para el mundo, David lo presentaba como su ahijado, ya que el joven, llamado Daniel, no cumplía con los estándares que David consideraba ideales. Daniel era un nerd, débil y un perdedor, al menos así lo veía su padre. La vida de Daniel en la preparatoria era un tormento interminable. Sufría bullying constante por parte de sus compañeros, humillado y ridiculizado a diario. Pero su enojo se dirigía más hacia su padre, quien no sólo ignoraba su sufrimiento, sino que también contribuía a él con crueles burlas y menosprecios. Daniel vivía en un estado de terror perpetuo, tanto en casa como en la escuela. Una fría noche de invierno, la desesperación de Daniel alcanzó su punto más alto. Decidió tomar una sobredosis de medicamentos, deseando acabar con su sufrimiento de una vez por todas. David encontró a su hijo a tiempo para llevarlo al hospital, donde los médicos lograron salvarle la vida, pero Daniel cayó en un coma profundo. Por primera vez, David sintió una intensa culpa y arrepentimiento. Se sentó al lado de la cama de su hijo todos los días, hablando con él, pidiéndole perdón por el daño que le había causado. "Hijo, despierta. Te extraño. Perdóname por todo. Esta vez comenzaremos una nueva vida, los dos juntos," le decía con lágrimas en los ojos. Un día, mientras ordenaba la habitación de Daniel, David encontró su diario. Al leerlo, descubrió la magnitud del sufrimiento de su hijo: el bullying en la escuela, las humillaciones amorosas. La ira de David se desató al conocer la verdad. "¡Papá les enseñará una lección a esos malnacidos! Nadie lastima a un Chocarro sin sufrir las consecuencias," prometió en dirección al cuerpo inerte de su hijo. Decidido a vengar a Daniel, comenzó una espiral de violencia que destruiría a toda persona responsable del dolor de su hijo. David se transformó en un cazador implacable. Secuestró, torturó y eliminó uno por uno a los bullies de Daniel. Las chicas que habían roto el corazón de su hijo no corrieron mejor suerte: David las sedujo y enamoró, solo para romperles el corazón de la manera más cruel posible. Cada día, David se sentaba junto a la cama de su hijo y le contaba sus acciones. "Esto hice para vengarte, hijo. Ellos ya están muertos. Por favor, vuelve a mí." Finalmente, Daniel despertó. Al ver el cambio en su padre y en su comportamiento, decidió darle una oportunidad. "Papá, quiero intentarlo," le dijo, y David estalló en lágrimas de felicidad. Lo abrazó fuertemente, pensando: "Te amo, hijo. Eres mío y solamente mío. Nunca permitiré que nadie nos separe." Sin embargo, las autoridades comenzaron a investigar los brutales asesinatos y pronto las pruebas apuntaron a David. Se emitió una orden de captura. Daniel, al enterarse, rogó a su padre que se entregara. "Papá, no debiste matarlos. Había otras maneras de hacer justicia." David, perturbado y en su obsesión desmedida, no pudo soportar la idea de perder a su hijo. "Perdóname por esto, hijo," le dijo antes de noquearlo. Recogiendo sus cosas rápidamente, llevó a Daniel en brazos hasta su avión privado y lo amarró en una silla. "Cuando lleguemos a nuestro destino, hijo, comenzaremos otra vida," le susurró. "No te preocupes por las autoridades. Conseguí nuevas identidades. Y en cuanto al piloto..." dijo mientras lo miraba con frialdad, "No hablará. Los muertos no hablan. Pero no te preocupes, no lo haré en tu presencia. No permitiré que mi pequeño sea salpicado con sangre de gente inferior." David le administró a Daniel un fuerte sedante, asegurándose de que su hijo durmiera profundamente durante el vuelo. Al aterrizar en un país desconocido, David cumplió su promesa y asesinó al piloto, llevando a Daniel a comenzar lo que él consideraba una "nueva vida". En la mente perturbada y psicótica de David, todo lo que hacía estaba justificado. Creía firmemente que todo era por el bien de su hijo y por la unidad de la familia. Su amor obsesivo se había convertido en una cadena que aprisionaba tanto a él como a Daniel, en un ciclo que parecía no tener fin.