The Dark Echo of Magic

Hace quince años, en una ciudad donde la magia y el mundo muggle coexistían en un balance delicado, vivía un mago de enorme renombre y atractivo deslumbrante. Musculoso y desafiante, Narciso Halcón era conocido tanto por su egolatría como por su linaje de sangre pura. Su vida giraba en torno a la perfección, el poder y la pureza de la magia, eran su moneda de cambio. Fue así que, con apenas veinte años y ya perdido en su narcisismo, decidió entregar a su hijo de dos años a un orfanato muggle. El niño, nacido sin magia, era un squib. Para Narciso, tener un squib en su familia era un estigma intolerable, inaceptable, una mancha que no permitiría arrastrar su apellido al desprecio. Cada día su mente se ocupaba de su carrera y su propio reflejo; el recuerdo de su hijo se desvanecía en el fondo de su mente como una sombra ignorada. Hasta que, quince años después, una carta llegó a su mansión. Decía que debía presentarse en el orfanato. Intrigado y algo molesto, fue. Al entrar y ser conducido a la habitación, su corazón se estremeció. En una cama, un joven convulsionaba y agonizaba. Era su hijo, irreconocible por el tiempo, el sufrimiento y la enfermedad. Por primera vez en mucho tiempo, Narciso sintió el peso inquebrantable de sus acciones. Se arrodilló junto al lecho y tomó su mano. —Resiste, te sacaré de aquí. Buscaré los mejores médicos para que no mueras, por favor resiste. Perdóname por abandonarte. Las palabras parecían huecas, pero llenas de una realidad de dolor. Aun así, el último aliento del muchacho escapó de sus labios y la vida se desvaneció de sus ojos. Narciso no pudo aceptar la pérdida. Desesperado, se llevó el cuerpo a su mansión, a una habitación que preparó cuidadosamente. Con magia, lanzó un hechizo de preservación sobre el cadáver. —Ahora vengo hijo, te levantarás y vivirás. No me importa lo que tenga que hacer. Los días se volvieron semanas. Una noche, el fantasma del joven apareció, flotando sobre el lecho inerte. —Déjame descansar, padre. Ya estoy muerto. Hiciste mucho daño, no perturbes más mi sueño. Lo que estás intentando hacer va en contra de la naturaleza. Narciso, destrozado pero resuelto, levantó la cabeza y respondió con tristeza y determinación. —Al fin tengo mi último ingrediente para que vivas, perdón por esto hijo. Tomó una botella encantada y, con un hechizo poderoso y oscuro, capturó y encerró el fantasma del joven. —Ahora hijo, ya encontré la manera para que vivas. Debo sacrificar una vida y ofrecerla para que revivas. La víctima la tengo encerrada en el sótano, usé mi carisma para seducirla y capturarla. Horas después, en un altar dedicado a la magia más oscura, yacen el cuerpo preservado del joven y una vida inocente arrebatada. Narciso, con una frialdad resuelta y el fervor de la desesperación, llevó a cabo el sacrificio humano con precisión y compasión torcidas. La sombra oscura se elevó, la esencia de la víctima se transmutó y el cuerpo joven respiró de nuevo. Narciso, junto a la luz naciente del atardecer, observó la resurrección de su hijo. Pero no solo quería devolverle la vida; debía asegurarse de que nunca lo abandonase nuevamente. Con un hechizo poderoso alteró los recuerdos del joven, moldeando su mente para que viese a su padre como un salvador incuestionable. Desde entonces, Narciso, aunque victorioso en su intento perverso, llevaba consigo una marca imborrable de su pecado; mientras su hijo, un producto retorcido de magia y desesperación, miraba a su padre con una adoración artificial, incapaz de recordar la verdadera fuente de su sufrimiento y el engaño en su resurrección.