The Broken Echo of a Life

En el brillante escenario de la actuación y la moda, David Chocarro se había convertido en una estrella resplandeciente. Atractivo, musculoso y viril, su fama crecía día a día, pero había un costo que la fama le cobraba lentamente y sin piedad. Antes de ser el gran actor y modelo que todos conocían, David era un hombre sencillo con una vida humilde. Casado con Laura, una mujer devota y amorosa, y padre de un recién nacido llamado Matías, él se esforzaba por construir una carrera, impulsado por el deseo de darles todo lo que necesitaban. Los primeros años fueron duros. La familia enfrentó desafíos económicos, pero Laura siempre estuvo a su lado, apoyándolo en las buenas y en las malas. Matías también fue una fuente de inspiración para David. Todo lo que hacía era con la esperanza de darle un futuro mejor a su hijo. Sin embargo, conforme su fama crecía, su corazón empezaba a ser invadido por la vanidad y la lujuria. Las tentaciones eran muchas, y David, cegado por el destello del reflejo en el espejo y los susurros llenos de deseo de mujeres atraídas por su físico, empezó a olvidar a su esposa y a su hijo. Laura, una vez su confidente y compañera, pasó a ser tratada como una criada, relegada a los cuartos de servicio. David llegó al punto de negar su existencia en las entrevistas, declarando orgullosamente que era soltero. Matías, quien adoraba a su padre e intentaba en vano ganarse su afecto, fue despreciado y humillado por David durante quince largos años. La figura musculosa del actor se convirtió en el monstruo que hacía de su vida un infierno. Una noche fatídica, la vida de David estaba a punto de cambiar para siempre. Se celebraba una lujosa fiesta en honor a sus dieciséis años de carrera, llena de luces, música y adulación. Entre las sombras, una de sus tantas amantes, despechada y enfurecida al descubrir que todo era un engaño, apareció con una pistola en la mano. Sin previo aviso, disparó en dirección a David, pero la bala, en un cruel giro del destino, impactó a Matías, quien había asistido por insistencia de su madre para intentar algún tipo de reconciliación. El salón de la fiesta se llenó de gritos y caos. Por primera vez en muchos años, David sintió una punzada de preocupación, culpa y remordimiento. Laura corrió hacia su hijo herido y, con lágrimas en los ojos, lloró desesperadamente: "No, hijo, no me dejes. No podría vivir sin ti". David, viendo al joven en el suelo, se arrodilló junto a él. "Por favor, resiste. Estarás bien, ya llamé a los paramédicos," suplicó. Matías, con una serenidad que solo los inocentes poseen, miró a su padre y le dijo: "No quiero irme con odios ni rencores. Te perdono, papá. Y ahora, sin mi presencia, sigue disfrutando tu vida." Con estas palabras, el joven murió. Un grito desgarrador surgió de David. "No, hijo, no te vayas. Yo sé que estás vivo, resiste." Laura, con el corazón hecho pedazos, se volvió hacia David: "¡Vete, David! Por tu culpa, nuestro hijo murió. Vete y disfruta tu tiempo con tus amantes. Por Matías, nunca te dejé. Ahora que no está, lucharé por mí misma. Quiero el divorcio." Entre lágrimas y sollozos, se alejó, dejando a David aferrado al cuerpo inerte de su hijo. El funeral fue un sombrío recordatorio de la pérdida y el dolor. David ayudó a cargar el ataúd, su rostro oscuro y vacío. Mientras Matías era enterrado, Laura se acercó a David por última vez. "Adiós, David. Espero que te vaya bien en tu vida." Ante la indiferencia de Laura, David se arrodilló desesperado: "Por favor, no te vayas. Ahora que nuestro hijo no está, debemos consolarnos." Laura respondió con una ironía helada: "¿Cuál hijo, David? Según recuerdo, tú siempre nos negaste diciendo que eras soltero y sin hijos. Tu mentira se ha hecho realidad. Déjame ir." David, atrapado en la habitación de Matías, tocó sus cosas, sus juguetes, y el dolor de la culpa lo consumió. Lanzó gritos de desesperación, volcando cada objeto al piso. "Debí haber pasado tiempo contigo, hijo. Debí haberte dedicado atención, en vez de perder mi tiempo con mujeres." Las palabras se diluyeron en llanto y lamentos mientras se hundía en la cama de su hijo, abrazando su fotografía. Meses pasaron, y la razón de David se desmoronó bajo el peso de su propio dolor. En su mundo mental, Matías seguía vivo, y juntos pasaban tiempo riendo y jugando, una cruel ilusión de lo que nunca fue. La vida de David, una vez brillante y llena de promesas, se convirtió en un oscuro abismo de arrepentimiento y locura. Así, David Chocarro, el hombre que lo tenía todo, encontró su verdadero castigo en el vacío dejado por el hijo al que nunca supo amar.