"Reflejos de Sombra: Tragedia de Nick Walker"

Era un día soleado en Los Ángeles cuando Nick Walker, el afamado fisiculturista, se encontraba en su gimnasio personal entrenando sus enormes músculos frente a un espejo. Al igual que cada mañana, quedaba fascinado al ver su propia imagen; sin embargo, dentro de las paredes de su lujosa mansión existía un oscuro secreto que mantenía celosamente resguardado. Su hijo de 16 años, Alexander, pasaba sus días dentro de su habitación, alejado de la ostentosa vida de su padre. Alexander era el opuesto exacto de Nick: débil, enclenque, apasionado por la literatura y la ciencia, y con lentes grandes que realzaban su imagen de "nerd". Era todo aquello que Nick despreciaba y, por lo tanto, lo mantenía oculto del mundo exterior. Cuando no estaba en su habitación, Alexander lidiaba con las humillaciones diarias de su padre; palabras crueles y golpes eran su pan de cada día. El tormento era peor en la preparatoria, donde los bullies lo acosaban sin misericordia. Una noche, Alexander entró a su habitación con el corazón roto y la mente nublada de tristeza. Había alcanzado el punto de ruptura. Tomó una hoja de papel y un bolígrafo, y comenzó a escribir una carta de despedida dirigida a su padre, aunque estaba casi seguro de que Nick nunca le leería. "Papá, espero que encuentres la paz que buscas cuando ya no esté aquí. Lamento no ser el hijo que querías, pero ya no puedo soportar tu odio y el desprecio del mundo. Adiós, Alexander." Después de terminar la carta, Alexander tomó una cuerda y la ató con firmeza al ventilador de su habitación. Con lágrimas en los ojos y un último vistazo a la carta, dejó que todo acabara. Al día siguiente, Nick Walker irrumpió en la habitación de Alexander con la intención de recordarle lo inútil que era. Sin embargo, lo que encontró lo dejó paralizado. El cuerpo sin vida de su hijo colgaba del ventilador con la carta de despedida en el suelo. Nick cayó de rodillas, con el corazón latiendo desbocado por la angustia. La culpa comenzó a consumirlo mientras leía la carta de Alexander. Cada palabra era un recordatorio del abuso y desprecio con que había tratado a su propio hijo. Lloró y gritó, rogándole a un dios en el que nunca había creído que le quitara ese dolor que ahora lo abrasaba. El cuerpo de Alexander fue llevado por las autoridades, pero el tormento de Nick apenas comenzaba. A diario veía la letra de su hijo, las risas y las humillaciones que lo destrozaron. Durante el funeral, Nick comprendió que el daño era irreparable. Entregó el cuerpo de su hijo a la tierra, pero su alma quedó atrapada en un purgatorio de arrepentimiento y desesperación. Después del entierro, el impacto de la muerte de Alexander empezó a desequilibrar la mente de Nick. Poco a poco, comenzó a creer que su hijo seguía vivo. Se veía a sí mismo compartiendo momentos que nunca vivieron: llevar a Alexander al parque, enseñándole a levantar pesas, dándole consejos de vida. Pasaba horas imaginando conversaciones y risas que nunca existieron. Con cada día que pasaba, la delgada línea entre realidad y fantasía comenzó a desdibujarse para Nick. Las paredes de su mansión de lujo eran testigos de su locura, mientras merodeaba las habitaciones conversando con una presencia que sólo él veía. En su mente, todo era perfecto, pero la realidad era desgarradora: Nick Walker, el imponente fisiculturista que había dominado el mundo del fitness, estaba ahora atrapado en una trágica ilusión causada por sus propias acciones. Y así, la vida de Nick se transformó en un eterno lamento, un viaje sin retorno a través del desamor y la culpa por el hijo que nunca supo valorar.