"Reflejo Narcisista"

Había una vez un hombre llamado Alejandro, de 30 años, cuya apariencia era la envidia de todos a su alrededor. Con su cuerpo esculpido en el gimnasio, el cabello siempre perfectamente peinado y la mirada altiva, Alejandro era el epítome del atractivo masculino pero también de la arrogancia y el narcisismo. Su éxito con las mujeres solo alimentaba su egocentrismo, mientras que su fuerza física subrayaba su desprecio por cualquier forma de debilidad. Alejandro tenía un hijo de 15 años, Lucas, quien era su opuesto en todos los sentidos. Lucas era un joven de complexión delgada, reservado y con más interés por la ciencia y la literatura que por los deportes y las apariencias. A los ojos de Alejandro, Lucas era un fracaso: débil, insignificante, y un "nerd" en el peor de los términos. Tal vez por miedo, tal vez por ignorancia, Alejandro se distanció de su hijo, despreciándolo sin reparos. Un día, el destino decidió intervenir con crueldad. Lucas, camino a la escuela, sufrió un grave accidente de tránsito. Fue trasladado de urgencia al hospital y los médicos lucharon por salvar su vida, pero las heridas eran profundas, y cayó en un coma del cual la recuperación parecía imposible. Los doctores, con el dolor reflejado en sus rostros, aconsejaron a Alejandro la desconexión de los aparatos que mantenían vivo a su hijo, ya que las probabilidades de recuperación eran prácticamente nulas. Por primera vez en su vida, Alejandro sintió algo más profundo que el reflejo en el espejo. Sintió un dolor que desgarraba su alma, un peso que nunca antes había cargado: el arrepentimiento. Las palabras hirientes que había lanzado a Lucas, las miradas de desdén, y el rechazo constante, todo era ahora una tortura. No podía permitir que su hijo se fuera sin haber intentado redimirse. Contra todas las recomendaciones médicas, Alejandro decidió mantener a Lucas con vida. Su fortuna, acumulada por años de exitosos negocios y atención meticulosa a su propia apariencia, ahora sería el recurso que usaría para proporcionarle a Lucas el mejor cuidado posible. Contrató a la mejor enfermera que pudo encontrar, compró los equipos médicos más avanzados y organizó todo para que Lucas fuera atendido en casa. Así pasaron los días, semanas y meses. Alejandro, acostumbrado a mirarse al espejo y ver solo perfección, ahora veía en su reflejo los rastros de culpa y desesperación. Pasaba horas sentado al lado de la cama de Lucas, contándole historias, pidiéndole perdón, hablándole de sus logros en la escuela, de lo orgulloso que debería haber estado desde el inicio. La vida, implacable, le había dado una lección cruda y dolorosa. Alejandro se dio cuenta de que la verdadera fuerza no radica en los músculos ni en la belleza superficial, sino en la capacidad de amar y aceptar a los demás tal y como son. La historia de Alejandro y Lucas no tuvo un final feliz en términos convencionales. Lucas nunca despertó de su coma, y Alejandro vivió el resto de su vida con el peso de su error. Sin embargo, durante esos meses de arrepentimiento y crecimiento personal, Alejandro descubrió la verdadera belleza de la vida: la capacidad de cambiar, de redimirse y de amar sin condiciones, aunque haya llegado demasiado tarde. A veces, la vida cobra cara la falta de amor propio y la ceguera emocional, y Alejandro pagó con creces. Aunque Lucas no pudo oírlo, Alejandro cambió desde lo más profundo de su ser, llevando consigo la lección más importante de todas: el verdadero valor de un ser humano reside en su corazón y en la capacidad de mostrar amor, sin importar las circunstancias.