**Redención Paternal**

Había una vez, en una majestuosa mansión en las afueras de la ciudad, un hombre llamado Cristian de la Campa. Cristian, conocido por su atractivo, varonilidad y musculosa figura, era un famoso actor y modelo. Sin embargo, detrás de su deslumbrante apariencia y éxito, se escondía un secreto oscuro: un hijo de 15 años, al que todos pensaban que era su ahijado. Este hijo, al que llamaremos Mateo, había sido abandonado en la mansión por sus padres biológicos, o al menos eso era lo que Cristian prefería hacer creer al mundo. La verdad era que Mateo era su propio hijo, pero Cristian lo negaba y, con cruel vanidad, lo despreciaba porque no cumplía con sus estándares de belleza y fuerza. Mateo era un chico delgado, nerd y comelibros, características que provocaban vergüenza en su narcisista padre. Mateo no solo enfrentaba el desprecio de su propio padre, sino también el rechazo en la preparatoria de élite donde estudiaba, donde los otros niños ricos lo miraban como un marginado, un becado y un huérfano. Sin embargo, Mateo encontró consuelo y cariño en una persona: el chofer de la casa, un hombre de buen corazón que se había vuelto la figura paterna que Mateo necesitaba. El chofer, cuyo nombre era Antonio, no podía creer cómo Cristian trataba a su propio hijo y, por ello, había iniciado los trámites para adoptar legalmente a Mateo. Un día, agotado por los abusos y descorazonado por la falta de amor de su padre, Mateo decidió empacar y marcharse. Cristian, al verlo, no dudó en hacer comentarios hirientes: "Tú regresarás de rodillas a que te acepte de nuevo en mi casa. Al menos me libero de un estorbo que me amargó la vida". Justo en ese momento, sicarios contratados por una de las amantes de Cristian, buscando venganza, irrumpieron en la mansión con la intención de matarlo. Mateo, sin pensarlo dos veces, se interpuso en la línea de fuego para salvar a su padre. Las balas hicieron blanco en él, salvando a Cristian. En la confusión, los sicarios se dieron a la fuga. Cristian, al ver a su hijo herido de gravedad, fue embargado por un profundo remordimiento. Tomó a Mateo en sus brazos y, entre lágrimas, le rogó que resistiera. Cuando llegaron las ambulancias, Mateo fue trasladado al hospital y, milagrosamente, sobrevivió. Una vez en la habitación del hospital, Cristian entró acompañado por Antonio, el chofer. Mateo, al ver a Antonio, le dijo: "Papá, estoy bien. Necesito uno de tus abrazos". Sin dudarlo, Antonio lo abrazó, llenándolo de consuelo y seguridad. Esta acción provocó una oleada de celos y furia en Cristian, quien vio a Antonio como un ladrón que intentaba arrebatarle a su hijo. Esa misma noche, Cristian confrontó a Antonio y le dijo: "Esta será tu última noche aquí. Aquí tienes tu liquidación. No te volverás a acercar a mi hijo". Antonio, sin inmutarse, le respondió irónicamente: "¿Cuál hijo, señor? Según usted, que ha insistido en que no tiene hijos. Si no tiene hijos, entonces no puede quejarse de que me acerque a quien usted solo veía como un estorbo". Prosiguió: "Además, firmó usted una orden de adopción en donde dice que el nuevo padre del joven soy yo. Si me voy, me llevo a mi hijo, aunque no lleve mi sangre, yo lo amo como si fuera mío". Cristian, superado por la furia y la desesperación, le dijo: "Has ganado por el momento. Seguirás trabajando aquí, pero te juro que te destruiré y recuperaré a mi hijo. Te has ganado a un gran enemigo". Con ese oscuro juramento en su mente, Cristian decidió hacer todo lo posible para acercarse a Mateo. Contrató a un investigador privado para conocer los gustos y aficiones de su hijo. Descubrió que a Mateo le gustaría aprender a cabalgar y tener su propio caballo, así que decidió comprarle el mejor caballo que encontró y le ofreció enseñarle a montar. En el cumpleaños de Mateo, Cristian le entregó el caballo como regalo. Mateo, sorprendido y emocionado, agradeció a su padre con un abrazo. Antonio, por su parte, le regaló unas cañas de pescar, planeando enseñar a Mateo a pescar. Aunque humilde, el regalo de Antonio fue igualmente apreciado por Mateo, quien lo abrazó con gratitud. En su despacho, Cristian, lleno de celos, murmuraba: "Maldito chofer, te odio con todas mis fuerzas. No puedo aceptar que tu regalo sea considerado por mi hijo como uno de los mejores". Se calmó y pensó: "Con mis clases de equitación, lograré estar más cerca de mi hijo". En ese momento, recibió una llamada de los hombres que había contratado para un encargo. "Patrón, el trabajo ya fue hecho. Ellos ya no volverán a meterse con su hijo si no quieren tenerlo de enemigo". Se referían a los bullies de Mateo, a quienes Cristian había mandado a golpear. Feliz, Cristian musitó: "Te vengué, hijo. Nadie se mete contigo". Pero acto seguido, volvió a pensar en cómo librarse de Antonio. Cristian no se detendría ante nada para recuperar el amor de Mateo y destruir a Antonio. Esta fue la oscura promesa que se hizo a sí mismo. Mientras tanto, el corazón de Mateo estaba dividido entre el afecto sincero de Antonio y el repentino, pero desconcertante, cariño de su padre biológico. La batalla por el amor de Mateo apenas comenzaba, y solo el tiempo revelaría qué camino tomaría el joven y cómo se resolvería este complicado conflicto.