**Redención Melódica**

Había una vez un joven de 16 años llamado Javier, quien era conocido por su bondad, inteligencia y su pasión por los libros. Sin embargo, su vida estaba lejos de ser ideal. Su padre, Carlos, era un actor y modelo famoso, de 32 años, conocido por su atractivo físico, pero también por su narcisismo y crueldad. Irónicamente, Carlos no siempre había sido así. Cuando Javier había nacido, su madre lo había abandonado, pero su padre lo había amado profundamente, esforzándose por darle una vida digna. Con el tiempo, la fama, la vanidad y la lujuria corrompieron a Carlos, quien terminó olvidando al hijo que una vez había adorado. En la preparatoria, Javier sufría un constante infierno. Su salud era delicada y, además, soportaba el bullying de sus compañeros y el desprecio de su propio padre, quien lo trataba como un simple criado. Carlos no soportaba la debilidad ni el carácter nerd de Javier y, cada día, le demostraba su desdén. Estas circunstancias empujaron a Javier a tomar una decisión radical; después de soportar tanto dolor, decidió abandonar la casa para encontrar un momento de paz en lo que él creía serían sus últimos días de vida. El día que Javier decidió marcharse, su padre, con una frialdad que helaba el alma, le dijo: "Al fin me deshice de ti, eres un estorbo, desearía que nunca hubieras nacido". Sin embargo, en ese preciso momento, la tragedia golpeó de manera inesperada. Unos hombres armados, contratados por una ex amante de Carlos en busca de venganza, irrumpieron en la casa. Justo cuando uno de los hombres apuntaba a Carlos, Javier se interpuso, recibiendo una bala que estaba destinada a su padre. Cayendo al suelo, Javier dijo con sus últimas fuerzas: "Adiós, padre. A pesar de todo, te amo y te perdono". Carlos vio la vida desvanecerse de los ojos de su hijo y, en ese instante, una ola de culpa y remordimiento lo inundó. Suplicó a Javier que resistiera y le pidió perdón, pero era demasiado tarde. Javier no sobrevivió. Tres días después, se celebró el funeral y Javier fue sepultado con el apellido de su padre en el mausoleo de la mansión. Carlos, destrozado por dentro, no podía aceptar la realidad. Su mente comenzó a fracturarse bajo el peso de la culpa, hasta el punto de convencerse de que Javier aún estaba vivo, pasando tiempo con él. La negación de la muerte de Javier hizo que Carlos se volviera peligroso, violento y maniaco cada vez que alguien mencionaba lo contrario. Finalmente, Carlos fue ingresado en un manicomio donde, con el tiempo, lograron curar su mente perturbada. Un día, mientras paseaba por el jardín del lugar, encontró una lámpara mágica. Al frotarla, un genio apareció y le concedió un deseo. Sin dudarlo, Carlos deseó regresar al día anterior a la muerte de su hijo, conservando todos los recuerdos y el amor que ahora lo atormentaban. El genio, con un toque de su mano, cumplió el deseo. Carlos se encontró nuevamente en su mansión, con Javier vivo y al alcance de sus brazos. Sin perder un segundo, lo abrazó con fuerza, lágrimas rodando por su rostro mientras decía: "Esta vez te salvaré, nunca volveré a perderte". Esa misma noche, contrató a un equipo de seguridad para proteger la mansión. Javier, sorprendido por el abrupto cambio de su padre, dejó que lo abrazara, sintiendo por primera vez en mucho tiempo el calor paterno. Carlos le pidió perdón y le prometió que, de ahora en adelante, sería un buen padre. A partir de ese momento, Carlos se esforzó por enmendar sus errores, llenando el vacío con amor y cuidado paternal, dedicándose a ser el padre que Javier siempre había necesitado. El tiempo no borraría las cicatrices del pasado, pero ambos encontraron una nueva oportunidad para sanar y construir una relación basada en amor y perdón.