**Redención Familiar: El Lamento de Alec**

En lo profundo de la opulenta mansión de los De la Campa, el esplendor y la grandeza no alcanzaban a ocultar la sombra de tragedia que se cernía sobre la familia. Christian de la Campa, actor y modelo de renombre, era un hombre atractivo y musculoso, pero en su esencia, ególatra y narcisista. Bajo su techo vivían sus dos hijos: Adrián y Lucas, cada uno una imagen contrastante del otro. Adrián, de 18 años, era el orgullo de Christian. Alto, atlético y encantador, seguía los pasos de su padre en todo sentido. Era el quarterback más destacado de la preparatoria de niños ricos, su popularidad incontestable. Christian veía en Adrián no solo a un hijo, sino a una extensión de sí mismo, y se complacía en exhibirlo como su reflejo perfecto. Lucas, de 16 años, era otra historia. Noble, humilde y con un corazón de oro, era un joven inteligente y sensible que se perdía detrás de sus libros y sus sueños. Para Christian, Lucas representaba todo lo que él despreciaba. Débil y, en su parecer, insignificante, se negaban a reconocerlo como parte de la familia. En lugar de apoyarlo, Christian y Adrián lo relegaban y humillaban, refiriéndose a él como un ahijado dejado en la puerta de su mansión. La preparatoria, lejos de ser un refugio, era un campo de batalla para Lucas. Perseguido por el bullying de su propio hermano y sus amigos, soportaba en silencio las burlas y el rechazo, incluso mientras su corazón luchaba con una enfermedad que mantenía oculta. Nadie, ni siquiera él, se daba cuenta de la gravedad de su condición; solo deseaba encontrar paz, aunque fuera al costo de su propia vida. Un día, cansado del dolor y la humillación, Lucas decidió partir de la mansión para pasar sus últimos días en serenidad. Mientras empacaba sus pocas pertenencias, fue descubierto por Christian y Adrián. Llenos de ira y desprecio no le permitieron marcharse. "Eres muy insignificante, tu lugar es en la cocina," le espetó Christian. Con una valentía inesperada, Lucas replicó: "Me iré de este infierno, adiós." Pero sus intentos de liberarse fueron en vano. Ambos lo sujetaron con fuerza, y en un momento de furia descontrolada lo arrojaron por el balcón de las escaleras. La caída fue brutal y su cuerpo quedó inmóvil en el primer piso. La realidad golpeó a Christian y Adrián como un oleaje incesante. Presa del pánico y el remordimiento, llevaron a Lucas al hospital, donde Christian rogó por la vida de su hijo. Los médicos, tras arduos esfuerzos, informaron que la enfermedad cardíaca de Lucas se había agravado irreversiblemente debido al accidente y que estaba agonizante. En sus últimos momentos, Lucas, a pesar de todo el sufrimiento, reunió fuerzas para perdonar a sus verdugos. "No les guardo rencor, quiero descansar en paz, los perdono", susurró con voz débil. Christian y Adrián, destrozados, pidieron perdón entre sollozos, pero el tiempo no tuvo misericordia. Lucas cerró los ojos para siempre, dejando un vacío irreparable. Días después, Christian y Adrián enterraron a Lucas en el jardín de la mansión. Christian, con una flor en la mano, se arrodilló frente a la tumba de su hijo. "Perdóname por no ser un buen padre, hijo. Ahora que no te tengo, sufro porque no podré reparar el daño." Adrián, con el corazón lleno de pesar, se despidió igualmente con una profunda tristeza. El remordimiento pronto se convirtió en algo insoportable para ambos. Cada rincón de la mansión les recordaba a Lucas. La culpa se enroscaba en sus pensamientos, hasta hacerles perder la cordura. En su locura, podían ver a Lucas vivo, junto a ellos, como si nunca se hubiera ido. Imaginaban una familia que nunca fueron, haciendo actividades que jamás compartieron. Aquel lujo y esplendor que una vez llenaron sus vidas se quedaron huecos, incapaces de ocultar la tragedia de una familia rota por el desprecio y la arrogancia. La sombra de Lucas siempre estaría ahí, un recordatorio eterno de lo que el amor y la compasión podrían haber cambiado.