**Redención en la Campa**

En la lujosa mansión de la exclusiva zona de Los Ángeles, vivía Christian de la Campa, un hombre atractivo, musculoso y vanidoso cuyo mundo giraba en torno a su propia imagen y éxito. Amado por el público por sus actuaciones y campañas de modelaje, Christian tenía dos hijos: Alejandro, de 18 años, y Nicolás, de 16. Alejandro era el orgullo máximo de su padre; un reflejo perfecto de Christian en su juventud, popular, atlético, y capitán del equipo de fútbol americano de la prestigiosa preparatoria para niños ricos. Nicolás, por otro lado, era todo lo contrario: noble, humilde, de corazón puro y apocado; un verdadero nerd y totalmente insignificante a los ojos de su padre y hermano mayor. En la mansión, Christian y Alejandro no hacían más que humillar y desestimar a Nicolás, negando su existencia como miembro de la familia y despachándolo como un ahijado abandonado en la puerta. En la preparatoria, la situación no era distinta; Alejandro y sus amigos sometían a Nicolás a un constante acoso, burlándose de él y aislándolo. La desesperación y el cansancio eran las únicas compañías de Nicolás, quien vivía en silencio su enfermedad cardíaca, una condición que sus seres queridos ignoraban por completo. Un día, agotado por los constantes maltratos y sintiendo que su enfermedad le consumía cada vez más, Nicolás decidió empacar sus maletas y dejar la mansión para encontrar paz en sus últimos días. Al verlo con las maletas, Christian y Alejandro se burlaron cruelmente. —¿A dónde crees que vas?—cuestionó Christian con desdén—. Eres insignificante, tu lugar es en la cocina. —Me iré de este infierno. Adiós—respondió Nicolás con firmeza. Furiosos, Christian y Alejandro lo sujetaron por la fuerza. —¡Tú no te vas a ninguna parte!—gritaron al unísono mientras lo empujaban violentamente desde el balcón de las escaleras. El cuerpo débil de Nicolás cayó varios metros y se golpeó brutalmente contra el suelo. Al ver lo que habían hecho, el remordimiento y la culpa invadieron a Christian y Alejandro, quienes corrieron desesperados hacia él y lo llevaron de inmediato al hospital. Allí, rogando por la vida de Nicolás, Christian suplicó a los médicos que hicieran todo lo posible para salvarlo. —Su condición cardíaca se ha agravado debido al accidente—les informó el médico con solemnidad—. Está agonizando y quiere verlos. Christian y Alejandro se acercaron a Nicolás, quien, con voz entrecortada, les dijo: —No les guardo rencor. Quiero descansar en paz. Los perdono. —¡Por favor, resiste, hijo!—rogó Christian con lágrimas en los ojos—. Soy demasiado rico, mi dinero puede pagar lo que sea para salvarte. —Perdóname, hermano—dijo Alejandro entre sollozos—. Por favor, resiste. Pero Nicolás, con una última mirada de paz y perdón, cerró los ojos y dejó de respirar. En ese momento, Christian y Alejandro gritaron en desesperación y se derrumbaron por completo. Días después, se llevó a cabo el entierro en la mansión. Christian, con una flor en mano, se arrodilló frente a la tumba de Nicolás. —Perdóname por no ser un buen padre, hijo. Ahora que no te tengo, sufro porque no podré reparar el daño que te hice. Alejandro, destrozado por el dolor y el remordimiento, también se despidió con una tristeza infinita. Con el tiempo, la culpa y el pesar comenzaron a erosionar la cordura de Christian y Alejandro, quienes, atormentados por sus acciones, empezaron a imaginar que Nicolás seguía vivo. En sus mentes desgastadas, se veían realizando actividades en familia, tratando de aferrar la imagen del hijo y hermano perdido. La mansión, antes símbolo de lujo y éxito, se convirtió en un santuario del arrepentimiento y el pesar, un constante recordatorio de la innegable soledad y las consecuencias de sus errores.