**Redención en Beverly Hills**

La Mansión de los De la Campa, una imponente estructura que pareciera desafiar al tiempo y la ética, era el hogar de Christian de la Campa, un apuesto y musculoso actor y modelo, tan notorio por su belleza física como por su carácter egocéntrico y narcisista. Christian tenía dos hijos: Alejandro, el mayor, y Gabriel, el menor. Alejandro era el orgulloso reflejo de Christian. Con 18 años, era el cuarterback estrella y el chico más popular de la preparatoria para niños ricos; era, en todos los sentidos, una copia más joven de su padre, arrogante y superficial. Por otro lado, Gabriel, de 16 años, era todo lo opuesto: noble, humilde, y con un corazón de oro, pero que padecía una enfermedad cardíaca que mantenía en silencio, ya que prefería sufrir antes que ser una carga para su familia. La relación de Christian y Alejandro con Gabriel era distante y cruel. Ambos lo negaban, humillaban y decían que era solo un ahijado que había sido dejado a su puerta. Esta mentira tomaba vida en la preparatoria, donde Gabriel sufría bullying constante de su propio hermano y sus amigos. El dolor de Gabriel no solo era físico o emocional; la maquinaria de su cuerpo también fallaba. Gabriel había decidido que era momento de partir, sintiéndose sofocado por la indiferencia y el odio cruel de su propia familia. Empacó su maleta con la intención de pasar sus últimos días en paz fuera de la mansión. Pero cuando Christian y Alejandro lo encontraron listo para irse, su furia fue instantánea. “No te vas a ir de aquí, insignificante. Tu lugar es en la cocina,” gritó su padre. “Este es mi infierno y quiero escapar,” respondió Gabriel con voz firme pero quebrada. Las palabras hirientes se convirtieron en fuerza bruta y, en un acceso de ira, Christian y Alejandro lo arrojaron por el balcón de las escaleras. Gabriel cayó desde varios metros de alto, golpeándose gravemente. Fue entonces cuando la culpabilidad y el remordimiento se apoderaron de Christian y Alejandro. Lo llevaron al hospital rogando por su vida. Allí, los médicos hicieron todo lo posible, pero le informaron a Christian que la enfermedad cardíaca de Gabriel se había agravado y que estaba agonizando. Gabriel, ya muy débil, pidió verlos. Con una voz apenas audible, dijo: “No les guardo rencor, quiero descansar en paz. Los perdono.” Sus palabras rompieron los corazones de su padre y su hermano. Christian, entre lágrimas, imploró perdón y rogó a su hijo que resistiera. Alejandro hizo lo mismo. Pero Gabriel cayó en coma. La única opción era un trasplante de corazón, pero los médicos sugirieron desconectarlo para que no sufriera más. Christian, enfurecido, se negó a aceptar esa opción. Se llevó a Gabriel de vuelta a la mansión, contrató a una enfermera y cada día le prometía: “Descansa, hijo. Papá está buscando un corazón para ti. Te amo mucho. Pronto estarás bien”. También le habló de cómo había castigado a Alejandro por golpearlo y cómo se había vengado del joven que lo había enamorado solo para humillarlo; lo había torturado y asesinado. “Nadie se mete con mi hijo,” susurró, besando la mejilla de Gabriel. Le había leído su diario, un doloroso relato de sufrimiento y esperanza. Ahora, su obsesión se centraba en encontrar un corazón. La vida paradójica de Christian de la Campa, un hombre acostumbrado a pensar solo en sí mismo, se volcaba ahora en salvar la vida de su hijo menor, un joven que había ignorado y despreciado, pero que ahora se había convertido en su máxima prioridad y redención. La búsqueda del corazón sería su cruzada personal, donde el poder y el dinero serían solo herramientas para enmendar los errores del pasado.