Redención del CEO

Hubo una vez un hombre llamado Max Sanders, un CEO de una exitosa compañía tecnológica. Con 33 años, Max era conocido no solo por su atractivo físico y musculatura, sino también por su arrogancia y narcisismo. Max vivía su vida bajo la creencia de que la debilidad y la inteligencia académica eran defectos imperdonables, lo cual hacía que su único hijo, Lucas, viviera un infierno constante. Lucas, de 15 años, era todo lo que Max despreciaba: un chico delgado, con gafas gruesas y una pasión por la ciencia y la lectura. Max no perdía ninguna oportunidad para humillar a Lucas, llamándolo perdedor y sometiéndolo a un incesante maltrato físico y psicológico. La escuela tampoco era un refugio para Lucas; sufría de bullying constante por parte de sus compañeros, quienes se aprovechaban de su vulnerabilidad para hacerle daño. Una fatídica tarde, después de una jornada particularmente tortuosa en la escuela, Lucas sintió que ya no podía soportar más. En un momento de desesperación, se lanzó desde la ventana del tercer piso, buscando escapar de su sufrimiento de una vez por todas. Milagrosamente, Lucas sobrevivió a la caída, aunque se encontraba al borde de la muerte. Los paramédicos lo llevaron rápidamente al hospital, pero cuando informaron a Max, él no mostró ningún interés. Mientras Lucas batallaba por su vida en el hospital, las autoridades empezaron una investigación a fondo que destapó la red de abusos y maltratos que sufría. Los agresores de la escuela fueron detenidos y enviados a centros de detención de menores. Además, las autoridades descubrieron el miedo profundo que Lucas le tenía a su padre. Fue entonces cuando el caso de violencia intrafamiliar se hizo evidente, y Max Sanders fue arrestado. En un intento de hacer consciente a Max del daño que había causado, la policía lo llevó al hospital para que viera a su hijo. Al ver a Lucas conectado a máquinas, frágil y entre la vida y la muerte, Max sintió, por primera vez, el peso de sus acciones. Arrepentido, suplicó por una oportunidad de redimirse, pero los policías fueron firmes: "Lo sentimos, ya perdió a su hijo. Ahora vamos, lo espera una celda." Desesperado y rehusándose a aceptar la pérdida, Max tomó una decisión irracional. En un arrebato de fuerza, noqueó a los policías y tomó la camilla donde yacía su hijo. Con un fervor casi demencial, Max robó una ambulancia y, mientras abrazaba el delicado cuerpo de Lucas, susurraba: "Descansa, pequeño. Papá contratará a los mejores médicos para que estés atendido. Comenzaremos una nueva vida, nunca te perderé." Condujo a través de la noche, sin un destino claro, pero con una misión firme en su corazón: salvar a Lucas cueste lo que cueste. Sin embargo, las consecuencias de sus acciones eran ineludibles, y mientras la policía montaba un operativo de búsqueda, Max empezaba a darse cuenta de que no solo se enfrentaba a la justicia, sino que también tenía que enfrentar su propia conciencia y los fantasmas de su crueldad pasada.