"Price of Revenge"

Érase una vez un actor y modelo conocido por su atractivo físico, David Chocarro. Para el mundo, David era la encarnación de la virilidad y el éxito, pero guardaba un secreto oscuro y doloroso: tenía un hijo de 15 años a quien ocultaba bajo la farsa de ser su ahijado. El joven, llamado Lucas, era todo lo que David había decidido despreciar: insignificante, débil, un nerd y, a sus ojos, un perdedor. Pero la verdad iba más allá de la mera indiferencia; David era cruel y hiriente, convirtiéndose en el principal tormento de su propio hijo. Lucas vivía en constante pavor, atrapado en un infierno de burlas y bullying tanto en su hogar como en la preparatoria. La vida de Lucas era un calvario diario. En la escuela, sus compañeros le hacían la vida imposible, sometiéndolo a humillaciones constantes. El dolor y la desesperanza se amontonaban dentro de él, hasta que un día, incapaz de soportarlo más, decidió acabar con su sufrimiento. Se encerró en su habitación, tomó una cantidad letal de pastillas y esperó a que el silencio eterno lo envolviera. David encontró a Lucas apenas a tiempo, inconsciente y al borde la muerte. Fue en ese momento, al ver a su hijo casi sin vida, que algo se rompió dentro de él. Sentimientos de culpa y arrepentimiento lo invadieron por primera vez. Lucas sobrevivió al intento de suicidio, pero cayó en un coma profundo, una especie de limbo que le daba a David una segunda oportunidad para redimir sus acciones. A partir de entonces, David cambió radicalmente. Pasó de ser un abusador a convertirse en el cuidador más devoto de su hijo. Se sentaba junto a la cama del hospital cada día, hablando con Lucas con una ternura que nunca antes había mostrado. “Hijo, despierta. Te extraño. Perdóname por todo el daño que te he hecho. Esta vez comenzaremos una nueva vida juntos”, le decía, esperando escuchar alguna respuesta de los labios inmóviles de Lucas. Un día, David encontró el diario de Lucas escondido en su habitación. Lo leyó con avidez, descubriendo con horror y furia el tormento que su hijo había sufrido: las burlas, el bullying, las humillaciones amorosas. Cada palabra era una daga en su corazón, pero también encendía un fuego de venganza dentro de él. “Papá les enseñará una lección a esos malnacidos”, murmuró, “Nadie lastima a un Chocarro sin sufrir las consecuencias. Y en cuanto a esas chicas que osaron romperte el corazón, yo haré que sufra y deseen estar muertas”. La transformación de David fue completa. Contrató a una enfermera para cuidar de Lucas mientras él emprendía una cruzada de venganza. Uno a uno, secuestró a los bullies de su hijo, sometiéndolos a torturas y, finalmente, eliminándolos. Cada día, regresaba al hospital y, con una sonrisa oscura en los labios, le contaba a Lucas: “Esto hice para vengarte, hijo. Ellos ya están muertos. Por favor, vuelve”. No se detuvo ahí. David se acercó a las chicas que habían roto el corazón de Lucas, seduciéndolas y enamorándolas. Una vez que lograba ganar su confianza y llevarlas a la cama, las destrozaba emocionalmente, rompiéndoles el corazón de manera cruel y despiadada. El tiempo pasó y, con cada acto de venganza, David se sentía más unido a su hijo, aunque Lucas seguía en coma. Sin embargo, su esperanza nunca flaqueaba. Cada día repetía la misma súplica: “Hijo, vuelve. Estoy haciendo todo por ti. Por favor, despierta”. La historia de David y Lucas es un recordatorio sombrío de cómo el arrepentimiento y la venganza pueden transformar a una persona. Aunque las acciones de David nunca podrán borrar el sufrimiento que causó, su determinación por redimirse y proteger a su hijo mostraba que, en el fondo, el amor genuino puede nacer incluso en los corazones más oscuros.