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Era una tarde templada en Los Ángeles, cuando Christian de la Campa, conocido actor y modelo, entró en su lujosa mansión con el ceño fruncido. Hacía unos meses que había contratado a Jorge, un inmigrante latino que había entrado ilegalmente a los Estados Unidos, buscando una oportunidad para enviar dinero a sus hijos en su país de origen. Sin embargo, Christian, con su carácter prepotente y cruel, solía humillar y tratar mal a Jorge, aprovechándose de su situación vulnerable. Una tarde, después de un altercado en el que Christian había sido especialmente denigrante, algo inexplicable ocurrió. Eros, el dios griego del amor, observó la escena y decidió castigar a Christian por su comportamiento desalmado y arrogante. Con un toque sutil de su arco mágico, Eros hizo que Christian sintiera una atracción obsesiva por Jorge, una atracción que crecía día a día. A partir de ese momento, Christian se convirtió en un hombre diferente. Cada vez que veía a Jorge, sentía un deseo irrefrenable, una necesidad imperante de tenerlo cerca. Para controlar esta seducción innata que sentía, Christian comenzó a ofrecerle a Jorge bebidas mezcladas con afrodisíacos, que el empleado ingirió sin darse cuenta. Bajo la influencia de estas sustancias y la constante seducción de Christian, Jorge se encontró una noche sucumbiendo a sus deseos y tuvo relaciones sexuales con él. El astuto Christian no había dejado nada al azar. Antes de aquel encuentro, había manipulado la situación para que Jorge firmara sin darse cuenta un acta de matrimonio. Cuando Jorge se percató de lo que había ocurrido, intentó escapar, decidido a regresar a su país y reunirse con sus hijos. Sin embargo, Christian, con su pasión desbordada y su obsesión, no estaba dispuesto a dejarlo marchar. —No puedes irte, amor mío —dijo Christian con suavidad pero determinación mientras bloqueaba la puerta—. Puedo traer a tus hijos aquí y darles todo lo que necesiten. Sólo te pido que me ames y seas solo mío. Ante esta perspectiva y el bienestar de sus hijos, Jorge no tuvo más opción que ceder. A partir de entonces, comenzaron una vida juntos, pero la relación estaba marcada por la posesividad enfermiza de Christian. Con el paso del tiempo, Jorge empezó a sentir una pasión cada vez más fuerte por Christian, una pasión que se manifestaba en noches de relaciones sexuales constantes. Durante una de esas noches intensas, Christian, en medio de una mezcla de éxtasis y desesperación, susurró: —Eres mío, y solamente mío. Si me dejas, mato a ese desgraciado, a ti y a mí mismo. Te amo demasiado. Tus hijos los considero míos también. Estas palabras, aunque impactantes y brutales, se grabaron en la mente de Jorge. En ese momento comprendió que su vida y la de sus hijos estaban ligadas a la de Christian. Aunque la relación estaba lejos de ser perfecta, encontró en ese amor posesivo una forma retorcida de seguridad para él y para sus hijos. Con los años, a pesar de la celosa naturaleza de Christian, Jorge llegó a aceptar su destino y abrazó la pasión que los unía, construyendo una vida juntos basada en un amor que, aunque obsesivo y complicado, era inquebrantable.