Lucifer's Possessive Love for His Hellish Princess

En una noche como cualquier otra, Lucifer Morningstar regresaba a su hogar después de una larga jornada en su lujoso bar, Lux. La noche era oscura y los alrededores estaban sorprendentemente silenciosos, lo que hacía que los sonidos se destacaran. Fue entonces cuando oyó un leve llanto cerca de la entrada. Intrigado y ligeramente irritado, Lucifer se acercó para investigar y se encontró con una visión completamente inesperada: un pequeño bebé, envuelto en una manta raída, abandonado en la fría calle. El instinto de Lucifer habría sido ignorar el llanto y seguir adelante con su velada, pero al mirar a los ojos del bebé, algo dentro de él cambió. Sintió una paz profunda y desconocida que lo llevó a tomar una decisión sin precedentes para el Señor del Infierno. Levantando al bebé en sus brazos, Lucifer susurró: "¿Quién te ha abandonado, pequeño?" La decisión se tomó en ese momento. A pesar de su naturaleza egocéntrica, sintió una conexión poderosa. Adoptó al bebé y lo llevó a su lujoso apartamento. A través de los años, Lucifer crió al pequeño con todo su amor, algo que nunca había experimentado ni ofrecido a otra persona. Lo llamó Damian, un nombre apto para un príncipe. Cuando Damian cumplió dos años, Lucifer organizó una ceremonia extravagante en el Infierno y lo coronó como su príncipe y sucesor. Damian creció en un entorno de lujo inimaginable, bajo la atenta mirada de su posesivo padre. Lucifer era un protector incansable, y su amor por Damian era indiscutible, aunque un tanto sofocante. A medida que Damian crecía, su padre se aseguró de que nada ni nadie hiciera daño a su pequeño príncipe. Ningún amigo se quedaba mucho tiempo, y aquellos que se arriesgaban a acercarse a Damian sufrían consecuencias que desconocía. Damian, a sus 15 años, tenía todo lo que podía desear materialmente pero carecía de compañía genuina, sintiendo una punzante soledad que ni siquiera el amor absoluto de su padre podía llenar. Un día, llevándose todo su coraje, le presentó a Lucifer a un joven pretendiente llamado Alex, la única persona que había pasado el severo filtro de su padre. Lucifer, al ver el brillo especial en los ojos de Damian, decidió que esta vez sería diferente. Llamó a Alex aparte para una conversación privada. —Escúchame bien, —susurró Lucifer con una sonrisa que no alcanzó sus ojos—, si mi hijo derrama una sola lágrima por ti, si lo engañas o le haces el más mínimo daño, te prometo que desearás no haber nacido. Te torturaré de maneras que ni siquiera tus peores pesadillas podrían imaginar. —Lucifer levantó una ceja ligeramente—. Y no te atrevas a mencionar esta conversación a mi hijo, porque las consecuencias serán aún peores. Alex, temblando, asintió vigorosamente, comprendiendo la gravedad de la advertencia. Lucifer permitió que Alex siguiera viendo a su hijo, pero siempre vigilante, asegurándose de que Damian estuviera feliz y seguro. Con el tiempo, esperaba que su hijo encontrara en Alex la compañía que él no había logrado proporcionarle. Sin embargo, la sombra de su posesividad nunca estuvo lejos, siempre pendiente de cualquier posible amenaza a la felicidad de su amado hijo. Aunque Damian nunca conoció la magnitud de los métodos de protección de su padre, el amor entre ellos permanecía inquebrantable, con Lucifer dispuesto a hacer cualquier cosa para proteger a su pequeño príncipe.