Lucifer's Possessive Love

En una noche oscura pero iluminada por las brillantes luces de su club, Lux, Lucifer Morningstar caminaba de regreso a su penthouse después de una noche de entretenimiento. La ciudad de Los Ángeles estaba tranquila, y el bullicio de la vida nocturna empezaba a menguar. Mientras cruzaba una calle poco iluminada, sus pasos se detuvieron al escuchar un débil llanto. Curioso, se acercó a un callejón y allí encontró un bebé recién nacido abandonado en una caja de cartón. A pesar de su naturaleza egocéntrica y egoísta, algo cambió en Lucifer cuando levantó al bebé en sus brazos. Una sensación de paz y calidez lo envolvió de una manera que nunca antes había experimentado. —Bien, pequeño ser humano, parece que has encontrado al anfitrión más improbable de todos—dijo Lucifer con una sonrisa afectuosa. Lucifer decidió adoptar al bebé y llamarlo Adriel. Desde ese momento, el demonio más temido del infierno se convirtió en un padre amoroso, aunque extremadamente posesivo. Cuando Adriel cumplió dos años, Lucifer, en una ceremonia secreta, lo coronó como príncipe del infierno y su sucesor. Lucifer amaba a su hijo por encima de todo. Cada risa y cada sonrisa de Adriel iluminaba su oscuro mundo. Sin embargo, su amor era tan celoso que no permitía que nadie más se acercara demasiado a su hijo. Adriel era suyo y solo suyo. Esa posesividad se traducía en actos terribles que Adriel desconocía; cualquier posible amigo que intentara acercarse a él era amenazado, torturado o incluso eliminado por su propio padre. A pesar de vivir cómodamente y recibir todo el amor de su padre, Adriel se sentía profundamente solo. Cuando cumplió quince años, conoció a alguien especial y, armado de valentía, le presentó su pretendiente a Lucifer. Lucifer, preocupado por el bienestar y el corazón de su hijo, llamó al joven pretendiente a un rincón oscuro del penthouse. —Acércate y escucha bien—dijo Lucifer, con sus ojos reluciendo en un tono peligroso—. Si mi hijo derrama una sola lágrima por tu culpa, si lo engañas y tienes una relación con otra persona, desearás morir porque te torturaré de maneras inimaginables. Nadie le rompe el corazón al hijo de Lucifer sin sufrir las consecuencias. Te estaré vigilando. Cuídate mucho... y no te atrevas a mencionar esta conversación a Adriel. El joven pretendiente asintió, aterrado pero decidido a no herir al príncipe del infierno. Con el tiempo, Adriel consiguió mantener esa relación bajo el radar de la naturaleza protectora de su padre. Poco a poco, empezó a descubrir los métodos oscuros que Lucifer había estado utilizando para protegerlo. Confrontado por la realidad, decidió que el verdadero amor a veces requiere valentía y sacrificio. Un día, Adriel se enfrentó a su padre con todo el cariño y la firmeza que había aprendido de él. —Padre, no puedes protegerme de todo y de todos—dijo Adriel—. Tu amor es mi fortaleza, pero también mi prisión. Debo aprender a vivir y amar por mí mismo. Lucifer contempló a su hijo, y por primera vez, vio el reflejo de una sabiduría más allá de sus años. Resignado pero orgulloso, decidió hacer algo que nunca había hecho antes: permitir que su hijo tomara su propio camino. —Muy bien, mi pequeño príncipe—dijo, con un suspiro—. Te concedo esa libertad, pero nunca olvides que siempre estaré aquí, observando desde las sombras, listo para proteger a quien más amo. Desde ese día, la relación entre Lucifer y Adriel adquirió una nueva dimensión. Seguían siendo padre e hijo, pero ahora comprendían que el verdadero amor a veces necesita espacio para crecer. Adriel empezó a construir su propia vida, abriendo su corazón al mundo, mientras Lucifer aprendía a confiar en la fortaleza que había inspirado en su hijo.