Lucifer's Infernal Prince

Una noche, Lucifer Morningstar, el carismático y autodenominado "Diablo," se encontraba regresando del Lux, su famoso bar de Los Ángeles. Al girar una esquina en un callejón oscuro, la fría serenidad de la noche fue rota por los débiles llantos de un bebé. Inmediatamente, Lucifer se detuvo y se acercó al origen del sonido, encontrándose con un recién nacido abandonado, envuelto en una fina manta. A pesar de su naturaleza egocéntrica y una existencia velada por el hedonismo, algo dentro de Lucifer se conmovió al tener al bebé en sus brazos. Fue un instante de paz que nunca había experimentado. En un arrebato inesperado de ternura, decidió adoptar y proteger al niño, convencido de que el destino había decidido este encuentro. Los años transcurrieron y el pequeño se convirtió en el centro del universo de Lucifer. A la edad de dos años, el joven fue coronado por su padre como príncipe del infierno, su innegable heredero. Lucifer amaba a su hijo sobre todas las cosas, pero su amor se manifestaba en una naturaleza posesiva y celosa. Nadie más debía reclamar un lugar en el corazón de su niño. Esta obsesión llevó a Lucifer a amenazas, torturas y, en casos extremos, asesinato. Cualquiera que intentara acercarse a su hijo era rápidamente eliminado o asustado. A pesar de vivir en un entorno cómodo y lujoso, el joven príncipe creció sintiéndose solo. A los quince años, no tenía amigos. Las amistades potenciales huían o desaparecían misteriosamente, sin que el joven supiera que su propio padre estaba detrás de esos incidentes. Sentía el amor inquebrantable de Lucifer, pero anhelaba la compañía de alguien más. Un día, con el corazón latiendo de emoción, el joven presentó a su padre un pretendiente, la única persona que había logrado escapar del férreo control de Lucifer. Este joven había logrado ganarse el afecto y la confianza del príncipe, lo que despertó inmediatamente las alarmas del celoso Lucifer. Decidido a proteger a su hijo a toda costa, Lucifer convocó al joven pretendiente en privado y le susurró: "Escúchame bien, mortal. Si mi hijo derrama una sola lágrima por ti, si osas engañarlo y mantener una relación con otra persona, desearás no haber nacido. Te torturaré de maneras que ni en tus peores pesadillas podrías imaginar. Nadie, repito, nadie rompe el corazón del hijo de Lucifer sin sufrir las consecuencias. Te vigilaré constantemente. Cuídate de no provocar mi ira. Y una cosa más, no te atrevas a decirle nada a mi hijo de esta conversación." El pretendiente, aterrorizado, solo pudo asentir. Sin embargo, su amor por el joven príncipe fue más fuerte que su miedo, y decidió quedarse, determinado a hacer feliz al hijo de Lucifer sin dar motivos para desencadenar la furia del Diablo. Los días que siguieron fueron un desafío para Lucifer. A medida que veía a su hijo sonreír y compartir momentos con su pretendiente, luchaba con su instinto posesivo y su deseo de ver a su hijo feliz. Finalmente, comprendió que el verdadero amor no consistía en controlar, sino en permitir que el ser amado florezca. Con el tiempo, Lucifer empezó a soltar su rígido control, aprendiendo a confiar y a aceptar que el amor de su hijo podría expandirse sin disminuir el suyo. Lentamente, el joven príncipe comenzó a experimentar una vida más plena, rodeado del afecto de su padre y de las nuevas amistades que finalmente pudo cultivar. Y así, en un acto de redenpción inesperada, Lucifer aprendió que el amor verdadero implicaba sacrificios, incluso para alguien como él.