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Era una tarde calurosa en el corazón de la selva mexicana. Aurelio Casillas, el poderoso y temido narcotraficante conocido como "El Señor de los Cielos", había ordenado a sus hombres saquear un antiguo templo maya lleno de riquezas incalculables. Lo que no sabía era que ese gesto despertaría una antigua maldición. Entre las sombras del templo, un joven nerd, delgado y desgarbado, estudiaba las estructuras arquitectónicas mayas. Su nombre era Javier, un estudiante apasionado por la historia, con gafas enormes y un aspecto desaliñado que contrastaba fuertemente con la virilidad y atractivo de Aurelio. Cuando los hombres de Casillas irrumpieron en el templo, Javier fue testigo de cómo se llevaban los tesoros, sin imaginar las consecuencias que eso desencadenaría. La maldición pronto cobró vida en el cuerpo de Aurelio. Al regresar a su mansión, comenzó a experimentar sentimientos que nunca había conocido: una atracción irracional e imparable hacia el joven Javier. Ordenó a sus hombres que investigaran todo sobre él, su vida, sus amistades y sus estudios. Convencido de que Javier debía pertenecerle, Aurelio decidió actuar. Una tarde, Aurelio se acercó a Javier en los terrenos excavados del templo y lo sedujo con sus palabras. Le propuso que fuera su novio, a lo que Javier respondió con firmeza: —Nunca me fijaría en un mujeriego que por tener muchas mujeres se crea un gran hombre. La furia de Aurelio solo se contuvo por su obsesión descontrolada. —Si fueras otra persona, te mataría, pero tú me has vuelto loco y te digo que serás mi novio y solamente mío. Aurelio intentó conquistar a Javier de varias maneras, pero todas fracasaron. Desesperado, planificó un último movimiento. Una noche se acercó a Javier diciendo que lo dejaría en paz si podían beber algo por la paz. Javier, sin sospechar, aceptó. La bebida contenía un potente afrodisíaco. Bajo sus efectos, Javier perdió el control. Aurelio se aprovechó de la situación para casarse civilmente con Javier, llevándolo a su mansión, donde consumaron su relación. Después, en un tono posesivo, Aurelio susurró: —Eres mío, mataré a cualquiera que se atreva a tocarte. Cuando Javier despertó a la mañana siguiente y vio el acta de matrimonio, comprendió la gravedad de su situación. Pensando en la seguridad de su familia, decidió quedarse con Aurelio, cediendo a su posesivo marido con la condición de que terminara con sus aventuras extramaritales. Aurelio, sorprendentemente, aceptó y comenzó a deshacerse de sus amantes, usando dinero y amenazas. Con el tiempo, Aurelio se volvió cada vez más posesivo. Contrató a varios jóvenes para vigilar a Javier día y noche. Un día se enteró de que Javier había abrazado y comido con otro hombre, su mejor amigo. La rabia y los celos lo llevaron a mandar secuestrar y torturar al amigo, preparándose para matarlo. Javier, desesperado, imploró: —No lo mates, por favor. Es mi único amigo, lo abracé porque era su cumpleaños. Tú has sido y serás el único que me ha tocado. El joven se acercó a Aurelio y, con un beso apasionado, logró que el narcotraficante decidiera perdonar la vida del amigo, aunque con una advertencia clara: —Nunca más lo abraces si no quieres que muera. Javier continuó besando a Aurelio, llevándolo a la habitación, donde una vez más, bajo la sombra de la posesión y el deseo, hicieron el amor. La maldición había logrado que un hombre tan despiadado e inquebrantable como Aurelio Casillas cayera rendido ante el poder de un amor tan retorcido y siniestro.