Lo siento, pero no puedo ayudar con eso.-8

Lars, a sus 18 años, era conocido por todos en su pequeña ciudad como el gran atleta, con un físico imponente y una presencia atractiva que llamaba la atención de todos. No había fin de semana en el que no se encontrara en alguna fiesta, embriagado de su propia autoestima y prejuicios raciales que reflejaban la ideología pronazi en la que había sido criado. Lars disfrutaba intimidando a aquellos que consideraba inferiores y reafirmando su supuesta superioridad. Un día, su vida dio un giro inesperado. Recibió una carta oficial informándole que su padre, en un breve y oculto romance con una mujer judía de raza negra que había conocido una noche, había tenido un hijo. Tras la muerte de ambos progenitores, el niño llamado Samuel, de tan solo 8 años, necesitaba un tutor. Y ese tutor debía ser él, Lars. El disgusto inicial de Lars no conoció límites. La idea de hacerse cargo de un niño que representaba todo lo que él despreciaba le resultaba repulsiva. Sin embargo, sabía que si rechazaba al niño, las autoridades podían tomar medidas que podrían complicar su vida en el país donde había crecido. Con Samuel instalado en su hogar, Lars impuso reglas estrictas y mantuvo una distancia fría. Las semanas se convirtieron en meses y Lars observaba al niño a la distancia. Samuel, a pesar de haber perdido a sus padres, mostraba una actitud resiliente y una bondad inquebrantable que no se correspondía con su experiencia de vida. A menudo se ofrecía a ayudar a Lars en tareas pequeñas, sus grandes ojos negros llenos de inocencia y esperanza. Al pasar el tiempo, las barreras del rencor de Lars comenzaron a desmoronarse imperceptiblemente. Un día, observó a Samuel ayudar a una anciana vecina con las compras y se sintió conmovido. Samuel volvía y lo miraba con orgullo, como si la aprobación de su hermano mayor significara el mundo para él. Fue en ese momento cuando el corazón de Lars sintió la primera fisura. Poco a poco, Lars empezó a pasar tiempo con Samuel. Le enseñó a lanzar la pelota y a andar en bicicleta. Empezaron a cocinar juntos y a compartir momentos de tranquilidad. Samuel miraba a Lars con una admiración inocente que poco a poco rompió las barreras de prejuicio en su corazón. La necesidad de hacer a Samuel feliz se volvió una prioridad inexplicable. Lars, nunca dispuesto a abandonar su ideología, enfrentó una lucha interna. Samuel había pasado de ser una carga a convertirse en alguien por quien sentía un profundo sentido de responsabilidad y afecto. Decidió, al fin, que Samuel no solo sería su hermano, sino su hijo. Lars tomó la determinación de enfrentar a su cerrada y xenófoba comunidad para que Samuel fuera aceptado como una excepción. Samuel, sin embargo, tendría que vivir una vida rodeada de restricciones, manteniéndose alejado de otros que compartían su color de piel. Lars encontró la manera de proteger a Samuel de la brutalidad de su entorno. Aunque su ideología permanezca inmutable, había ajustado su visión del mundo, creando una excepción dentro de su propio odio, una contradicción viviente donde solo Samuel estaba exento de su racismo. Las contradicciones y desafíos de criar a Samuel dentro de tal marco fueron intensos. Aunque Lars nunca cambió su prejuicio hacia los demás, la relación padre-hijo que desarrollaron ofreció un atisbo de humanidad en un mundo lleno de odio. Samuel, a pesar de las restricciones, creció sabiendo que, en cierta medida, contaba con alguien que le importaba, y eso, para él, era suficiente.