Legacy of the Dark Love: The Antichrist

En una lujosa mansión en las afueras de la ciudad, vivía un hombre llamado Alexander Blackwood. Poseedor de una fortuna incalculable, Alexander era conocido por su belleza física, músculos esculpidos y un ego que rivalizaba con su riqueza. A sus 35 años, había alcanzado el éxito máximo en los negocios a base de ambición desmedida y una frialdad imperturbable. A sus ojos, la vida era una competición donde él siempre debía ser el ganador. Pero el corazón de Alexander era una prisión de oscuridad. Desde que su esposa murió dando a luz a su único hijo, Marcus, cuando él tenía apenas 21 años, se había sumergido en un ciclo interminable de negocios y placeres carnales, dejando a Marcus relegado a las sombras de su atención. El hombre que podía haber sido un padre cariñoso se había convertido en un cruel tirano, desquitando su frustración con Marcus, un joven tímido, intelectualmente sobresaliente pero físicamente débil a sus ojos. Desconocedor de que Marcus padecía una enfermedad terminal que lo debilitaba cada día más, Alexander se jactaba de sus triunfos y despotricaba contra su hijo, llamándolo "débil" y "perdedor" en cada oportunidad. La vida de Marcus era un calvario bajo el yugo de su padre. Un sombrío día, harto de su existencia miserable, Marcus decidió abandonar la mansión. La tensión explotó en una feroz discusión entre padre e hijo. La ira de Alexander se encontró con la desesperación de Marcus, cuyo frágil cuerpo no soportó más y colapsó en una crisis tremenda. Por primera vez, al ver a su hijo inconsciente en el suelo, algo dentro del corazón de piedra de Alexander se rompió. La culpa y el remordimiento lo inundaron. Rápidamente, llevó a Marcus al hospital, donde los médicos le dieron la devastadora noticia sobre la enfermedad terminal de su hijo. Desesperado, Alexander imploró a Marcus por perdón y, con lágrimas en los ojos, Marcus lo concedió. En las siguientes semanas, la relación entre ambos cambió; pasaron más tiempo juntos y Alexander trató con todas sus fuerzas de mostrarse como un padre presente y preocupado. Un día, durante un paseo por el campo, Marcus sufrió otra fuerte crisis. Sin perder tiempo, Alexander lo llevó de vuelta a la mansión, rogando con desesperación por la vida de su hijo. "No morirás", repetía con vehemencia, "pagaré cualquier precio para verte sano y feliz." Esa noche, abrumado por el miedo a perder a lo único que ahora importaba en su vida, Alexander murmuró en el silencio de su corazón: "Vendería mi alma y cualquier cosa para que mi hijo sobreviva y me ame realmente." De la oscuridad emergió una figura imponente, Satanás mismo, resplandeciendo con una malevolencia magnética. "Cualquier cosa, dices," susurró con voz glacial. Alexander asintió, su mente embotada por la desesperación. Satanás sonrió, un gesto lleno de promesas siniestras. "Tu hijo vivirá, sin enfermedad alguna a cambio de que tú seas mi instrumento. Serás el Anticristo, lograrás planes grandiosos, y junto a mí, dominarás el mundo. No tendrás sentimientos patéticos como caridad, humildad o verdadero amor. Solo amarás egoístamente a tu hijo, y a nadie más permitirás que lo tenga. ¿Aceptas?" Sin dudar, Alexander aceptó, y la oscuridad se apoderó de su alma. Al mirarse en el espejo, una siniestra determinación lo invadió. "Este mundo será nuestro," murmuró refiriéndose a él y a su hijo. Al ver a Marcus descansar pacíficamente, ahora libre de enfermedad, Alexander lo abrazó y prometió: "Cumplí mi promesa, pequeño. Vivirás. Ahora, planearemos juntos cómo dominaremos el mundo." Sin embargo, el amor de Alexander había cambiado. De ser un hombre que buscaba redimirse, se convirtió en una figura oscura, poseída por un amor egoísta y destructivo. Esa misma noche, en la mansión, descubrió una carta sin abrir dirigida a Marcus. Al leerla, vio que era una declaración de amor. La ira lo cegó. Averiguó quién había escrito esas palabras y, sintiendo que intentaban arrebatarle lo que él había tenido que vender su alma, Alexander actuó con fría determinación. En un oscuro callejón, mientras la luna observaba en silencio, Alexander encontró al autor de la carta y lo asesinó sin piedad. "Esto te lo buscaste por intentar quitarme lo que es mío," murmuraba mientras la vida abandonaba al desafortunado. "Mi hijo es mío y solamente mío. Mataré a quien desee quitármelo." Así, con su alma envuelta en tinieblas y un amor retorcido, Alexander Blackwood se convirtió en algo más que un hombre; se convirtió en un instrumento del mal. Y mientras la noche oscurecía a su alrededor, planeaba cómo moldear el mundo para que, en su demente visión, él y Marcus fueran los indiscutibles dueños de todo.