La Sinfonía de la Oscuridad: Un Padre Vampiro y Su Cría Reconocida

Era una noche oscura y tormentosa cuando el destino de Antonio se transformó para siempre. A los 30 años, Antonio era conocido por su atractivo físico y su musculatura esculpida, así como por su arrogancia y narcisismo desbordante. Su vida parecía perfecta; había logrado una fortuna considerable y tenía su propio negocio próspero. Sin embargo, su éxito y numerosos romances con empleadas habían dejado profundas cicatrices en su relación con su hijo, Eduardo. A los 15 años, Antonio había quedado viudo debido a la trágica muerte de su novia durante el parto. Desesperado por encontrar una salida a su dolor, se sumergió en el trabajo, dejando a Eduardo al cuidado de asistentes y ocupando su tiempo con la supervisión de la empresa y múltiples aventuras amorosas. Antonio despreciaba a su hijo, un "nerd" delgado y retraído que pasaba más tiempo con los libros que en actividades físicas, y no perdía oportunidad de humillarlo y hacerle bullying. Una noche, el destino intervino de una manera inesperada. Antonio estaba en los brazos de una mujer impresionante cuando, sin previo aviso, ella lo mordió con fuerza, revelando su verdadera naturaleza como vampiresa. Antonio sintió una terrible quemazón en su interior y, en cuestión de minutos, se convirtió en un vampiro. La transformación trajo consigo instintos antinaturales y un hambre insaciable de sangre. Deseando mantener su condición en secreto, Antonio comenzó a cazar y matar mujeres en callejones oscuros para saciar su sed. Una noche, Eduardo decidió seguir a su padre, intrigado por los misteriosos cambios en su comportamiento. Lo vio justo en el momento en que Antonio estaba a punto de acabar con otra víctima y, con valentía, intentó intervenir. Pero ya era demasiado tarde. Cuando Antonio se volvió hacia él, listo para atacar al intruso, el olor de la sangre de Eduardo lo detuvo en seco. Reconociendo a su propio hijo, el vampiro sintió un extraño sentimiento de amor y protección emergiendo en su interior. "Cría, no te lastimaré. Eres mi cría y solo mía", murmuró, llevándose a Eduardo volando a la mansión. Durante las noches siguientes, Eduardo percibió un cambio en su padre. Antonio lo miraba con un amor obsesivo y enfermizo, una mezcla de posesividad y auténtico cariño. A medida que los días pasaban, Eduardo comenzó a darse cuenta de una serie de muertes misteriosas que coincidían con sus acosadores del colegio. Al confrontar a su padre, Antonio confesó haber leído los recuerdos de Eduardo y, dominado por su instinto protector, había torturado y matado a cada uno de los bullies. Horrorizado por los crímenes de su padre, Eduardo intentó huir. Pero Antonio, con una voz fría y amenazante, le dijo: "Si me abandonas, mataré a cada persona en esta ciudad para encontrarte. ¿Eso quieres, mi pequeña cría? ¿Ver a patéticos humanos muertos?" Eduardo, aterrorizado pero decidido a evitar más muertes inocentes, le hizo prometer a su padre que no mataría más si él se quedaba. Antonio aceptó, envolviendo a su hijo en un abrazo posesivo mientras susurraba: "Te prometo que no mataré inocentes. Eres mi cría y te protegeré a como dé lugar". Aunque sus vidas estaban ahora unidas por una oscuridad incomprensible, Eduardo decidió quedarse, sabiendo que su única esperanza para salvar a otros era mantener los oscuros impulsos de su padre bajo control.