La Redención de un Hijo

En la bulliciosa ciudad de Los Ángeles, vivía Christian de la Campa, un actor y modelo conocido por su atractivo físico y su narcisismo. Christian era musculoso, ególatra y siempre preocupado por su apariencia y su fama. A pesar de todas sus superficialidades, había una promesa que lo marcó profundamente: la que hizo a su amada esposa, en su lecho de muerte, después de dar a luz a su hijo Martín. Con lágrimas en los ojos, juró que cuidaría y amaría al pequeño con todas sus fuerzas. Sin embargo, los años pasaron y Christian se aisló cada vez más en su propio mundo de vanidad y superficialidad. Martín, un joven nerd, débil y muy insignificante a los ojos de su padre, sufría el constante maltrato y humillación de Christian. No podía entender por qué su padre lo despreciaba tanto. La escuela secundaria no era mejor; allí también Martín sufría bullying constante. El dolor y la tristeza se acumulaban en su corazón, y sentía que el mundo entero estaba en su contra. Martín, en su desesperación, decidió que la única manera de librarse de su sufrimiento era desaparecer. Comenzó, en secreto, el proceso de emancipación. Pacientemente, convenció a Christian para que firmara los documentos sin leerlos, puesto que su padre rara vez prestaba atención a los detalles que no le concernían directamente. Una vez libre, Martín ideó un audaz plan para fingir su muerte. Con la ayuda de un grupo que se haría pasar por una funeraria, Martín tomaría un medicamento que lo haría parecer muerto y luego sería trasladado a otro país para comenzar una nueva vida. Todo esto, pensaba Martín, también cumpliría el deseo de su padre, que una vez dijo que preferiría que Martín nunca le hubiera estorbado en la vida. El día llegó, y Martín ingirió el medicamento, dejando una nota y una gran cantidad de pastillas esparcidas alrededor de él. Cuando Christian encontró el cuerpo “muerto” de su hijo, algo dentro de él se quebró. Tomó el cuerpo de Martín en sus brazos, llorando y gritándole a su hijo fallecido. La culpa y el arrepentimiento lo consumían mientras llegaba la funeraria para llevarse el cuerpo siguiendo los deseos escritos en la nota de Martín: ser cremado. Christian suplicó y rogó, pero la funeraria se llevó el cuerpo y Christian se quedó con el corazón destrozado, creyendo que su hijo había sido cremado. Mientras tanto, en un país lejano, Martín despertaba a una nueva vida, decidido a comenzar de nuevo sin el peso del desprecio de su padre. Meses pasaron y Martín construyó una nueva identidad, encontrando por primera vez una sensación de libertad y esperanza. En contraste, la culpa devoraba a Christian cada vez más. Su salud mental se deterioró rápidamente, y fue internado en un manicomio. Allí, en su confusión y desespero, Christian gritaba y pedía ver a su hijo, convencido de que Martín lo esperaba para jugar. El dolor de la culpa y la realidad distorsionada lo dejaron atrapado en sus propios remordimientos. Mientras Christian languidecía en el manicomio, cada día más perdido en su propia mente, una verdad amarga se cernía sobre él: no supo lo que tenía hasta que lo perdió. El karma le había dado su castigo y, en su locura, Christian finalmente comprendió el verdadero significado del amor y la pérdida.