**La Redención de David Chocarro**

Había una vez un hombre llamado David Chocarro, conocido por su atractivo físico y su carismática presencia en la pantalla. En sus inicios, David no era más que un soñador con grandes ambiciones y un amor incondicional por su esposa, Sofía, y su recién nacido, Mateo. Era una época de luchas y sacrificios, pero Sofía estuvo siempre a su lado, brindándole apoyo incondicional. Con el paso del tiempo, el arduo trabajo de David rindió frutos y logró alcanzar la fama y la fortuna deseadas. Sin embargo, esa fama trajo consigo no solo reconocimiento, sino también una creciente vanidad y lujuria. David se dejó seducir por el brillo de las luces y el aplauso de sus admiradores, olvidando a la familia que tanto amó. Comenzó a frecuentar a varias mujeres que lo deseaban por su atractivo físico, dejando de lado su hogar y despreciando a quienes antes eran su motor. Sofía, quien alguna vez fue su compañera inseparable, se convirtió en una sombra en su propia casa. David la relegó a los cuartos de servicio y la trató como a una criada, mientras que públicamente negaba su existencia, proclamándose soltero. Mateo, su hijo, creció sintiéndose insignificante y humillado por un padre que lo despreciaba por no ser fuerte ni atractivo, sino un nerd y un debilucho a los ojos de David. Pasaron 15 años así, con un Mateo que nunca conoció el amor ni la aprobación de su padre. Un fatídico día, durante una fiesta de aniversario por los 16 años de carrera de David, la vida cobró su factura. Una de sus amantes, al descubrir que había sido engañada, irrumpió en la fiesta con una pistola. En un momento de furia desenfrenada, apuntó a David y disparó, pero la bala se desvió e hirió a Mateo, que cayó al suelo. Por primera vez en mucho tiempo, David sintió una puñalada de preocupación, culpa y remordimiento. Sofía corrió hacia su hijo, desesperada. "No, hijo, no me dejes. No podría vivir sin ti. Nunca me perdonaré no habernos ido de este infierno", suplicó entre lágrimas. David, sintiendo un dolor que nunca antes había experimentado, se arrodilló junto a Mateo y le rogó que resistiera. "Por favor, resiste. Estarás bien. Ya llamé a los paramédicos", le dijo. Mateo, con la mirada debilitada, le respondió: "No quiero irme con odios ni rencores. Te perdono, papá. Ahora, sin mi presencia, sigue disfrutando tu vida". Tras decir esto, Mateo exhaló su último aliento. David lanzó un grito desgarrador. "¡No, hijo, no te vayas! Yo sé que estás vivo, resiste", pero ya era demasiado tarde. Sofía, llena de rabia y dolor, se giró hacia David. "Vete, David. Por tu culpa, nuestro hijo murió. Vete y disfruta tu tiempo con tus amantes. Por nuestro hijo, nunca te dejé. Permanecí a tu lado, pero ahora que no está, lucharé por mí misma. Quiero el divorcio". Con esas palabras, Sofía se alejó llorando, mientras David lloraba y lamentaba con el cuerpo de Mateo en brazos. La funeraria llegó y, pese a su resistencia inicial, David ayudó a cargar el ataúd hasta el lugar de descanso final de su hijo. Durante el entierro, David se sintió consumido por la culpa y el arrepentimiento. Se acercó a Sofía una última vez. "Por favor, no te vayas. Ahora que nuestro hijo no está, debemos consolarnos", le imploró. Sofía, con frialdad y amargura, le respondió: "¿Qué hijo, David? Según recuerdo, tú siempre nos negaste, diciendo que eras soltero y que no tenías hijos. Se te volvió realidad tu mentira. Ahora déjame en paz". Sofía se fue, dejando a David sumido en la desesperación. David entró en el cuarto de su hijo, tocando sus cosas, sus juguetes, sintiendo una ola de dolor que lo hizo gritar y destruir el lugar. "Debí haber pasado tiempo contigo, hijo. Debí haberte dedicado atención en lugar de perder mi tiempo con mujeres", se reprochaba mientras lloraba y se aferraba a una fotografía de Mateo. La desesperación fue tal que David gritó: "Daría lo que fuera para que estuvieras aquí, hijo. No me importaría vender mi alma". En ese instante, un demonio se apareció ante él. "¿Darias lo que fuera?", inquirió el ente. Sin pensárselo dos veces, David respondió: "Sí, daré lo que sea". El demonio sonrió siniestramente. "Hagamos un trato: el tiempo regresará seis días antes del incidente. En esos seis días, deberás demostrar que has cambiado y conseguir que tu hijo te ame. Si no lo logras, me llevaré tu alma y tu hijo morirá nuevamente. ¿Tenemos un trato?". David aceptó, y el tiempo retrocedió seis días. La misión de salvar a su hijo y redimir su corazón acababa de comenzar. David sabía que no sería fácil demostrar un cambio genuino, pero en su pecho ardía una nueva determinación. Esta vez, haría las cosas bien, aunque el precio fuera su propia alma.