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Era una cálida tarde de verano cuando Marcus Thorne, uno de los magnates más poderosos y egocéntricos del país, se enteró de una noticia que sacudiría los cimientos de su vida. Marcus, de 30 años, musculoso y atractivo, siempre había creído en la superioridad de su raza y no toleraba a los que consideraba inferiores. En su mente, los negros seguían siendo inferiores a los blancos. La noticia llegó de forma inesperada. Un correo electrónico, proveniente de una fuente anónima, revelaba que tenía un hijo negro de 12 años llamado Jamal, fruto de una relación secreta de hace años. Al principio, Marcus no podía creerlo. Él, un hombre tan poderoso, ¿tendría un hijo negro? Su racismo más arraigado se revolvía dentro de él, incapaz de aceptar la realidad. Sin embargo, la evidencia era irrefutable y, después de muchos trámites y pruebas, Jamal fue llevado a la mansión Thorne. Desde el primer momento, Marcus no podía aceptar al chico como su hijo. Para él, ese niño representaba todo lo que más despreciaba. Así que decidió que Jamal sería tratado como un sirviente, relegado a las tareas domésticas bajo la supervisión de las criadas. Durante tres largos años, Jamal sufrió el desprecio y la indiferencia de su padre. A pesar del rechazo, el joven se mantenía firme y demostraba una valentía y un carácter que eclipsaban su situación. Pero un día fatídico, todo cambió. Un grupo rival orquestó un atentado contra Marcus, y en un acto de valentía increíble, Jamal se interpuso para salvar la vida de su padre. A pesar de las graves heridas, el joven sobrevivió. Fue este acto heroico el que abrió los ojos de Marcus y le hizo reconsiderar sus prejuicios, al menos en parte. El magnate, ahora conmovido y sintiendo una deuda de gratitud, comenzó a ver a Jamal con otros ojos. Aunque su racismo hacia los negros no desapareció del todo, Marcus decidió que su hijo debía tener los mismos derechos que los blancos. En una reunión con otros miembros del Ku Klux Klan, Marcus pidió que Jamal, su hijo, fuera la única excepción a sus reglas racistas. Sorprendentemente, los líderes del Klan aceptaron, conmovidos por la historia del joven. Le dijeron a Marcus que debía educar a su hijo en casa, contratando maestros competentes y asegurándose de que Jamal no se mezclara con otros negros. También le advirtieron que vigilara para que Jamal nunca se enamorara de una negra. A partir de ese momento, Marcus comenzó a cercar a Jamal, intentando educarlo según las estrictas normas en las que él mismo había sido criado. Sin embargo, la relación entre padre e hijo se volvió tensa y difícil. Jamal, con espíritu indomable, se rebelaba contra las imposiciones de su padre. Una vez, mientras Marcus estaba en su despacho, pensaba en voz alta: "Hijo, te voy a quitar lo rebelde. Haré de ti un sucesor digno de mi linaje. Ya buscaré una esposa digna para ti. Ya me deshice de esa criada con la que te diste un beso. Un hijo mío nunca estará con alguien inferior. Espero que esa criada no regrese; si se atreve, conocerá que nunca debe retarme". Pero lo que Marcus no sabía era que el espíritu y la determinación de Jamal eran mucho más fuertes de lo que jamás podría imaginar. Y aunque la lucha por la aceptación y el entendimiento sería ardua, Jamal estaba decidido a no dejarse doblegar por el odio y el prejuicio que había formado parte de la vida de su padre durante tantos años.