Father and Son: Dark Connection

Era un día cualquiera en la prestigiosa Preparatoria Everwood, un lugar donde los hijos de la élite se formaban en un entorno de lujo y exclusividad. Nick Walker, el atractivo, musculoso y ególatra fisiculturista de 30 años, ejercía con poder y rigor como entrenador de educación física. Sin embargo, Nick guardaba un oscuro secreto: tenía un hijo de 14 años, Daniel, a quien despreciaba profundamente. Daniel era todo lo contrario a su padre. Pequeño, enclenque, nerd y con gafas de montura gruesa, se convirtía en el blanco constante del bullying tanto en casa como en la escuela. Daniel sufría en silencio una grave enfermedad cardíaca que arrastraba desde su niñez. Sabía que sus días estaban contados a menos que recibiera un trasplante de corazón, pero su condición era algo que mantenía en secreto, temiendo que su padre lo despreciara aún más por considerarlo débil. Un día, durante una clase de gimnasia, el ambiente alcanzó su punto de ebullición. Nick decidió humillar públicamente a Daniel una vez más, mofándose de su incapacidad para seguir el ritmo de los demás alumnos. —No puedo seguir aquí —dijo Daniel, dirigiéndose a su padre—. Me iré de este infierno. No puedo convivir más con monstruos. Lleno de ira, Nick tomó a Daniel por la camiseta y comenzó a golpearlo brutalmente. El chico, ya debilitado, sufrió un ataque que lo dejó inconsciente al instante. Al ver a su hijo tendido en el suelo, por primera vez, Nick sintió algo parecido al remordimiento. Levantó el cuerpo inerte de Daniel y lo llevó de prisa al hospital. En el hospital, la vida de Daniel pendía de un hilo. Los médicos informaron a Nick sobre la condición cardíaca de su hijo y plantearon la posibilidad de desconectarlo para evitar un sufrimiento prolongado. Nick, sorprendido por esta nueva realidad, se negó rotundamente. Decidió llevar a Daniel a casa, disponiendo de una enfermera para su cuidado y contratando a un cirujano experto en trasplantes de corazón. —Perdóname, hijo. Lamento haberte hecho tanto daño. No permitiré que mueras. Descansa, papá buscará un corazón para ti. —susurró Nick antes de salir para iniciar su desesperada búsqueda de un donante. La búsqueda de Nick se tornó oscura y sin escrúpulos. Cada noche, acechaba a jóvenes saludables, atletas y desprevenidos. Se había convertido en el temido Rey de Corazones en el bajo mundo, manteniendo su identidad oculta para el resto del mundo. El cirujano, temeroso por su vida, no se atrevía a abandonarlo. Pasaron seis largos meses llenos de asesinatos. La desesperación de Nick no conocía límites hasta que finalmente encontró un corazón compatible. La operación fue un éxito, y Daniel despertó sorprendido al ver el repentino cambio en su padre, quien ahora lo miraba con cariño. Pese a la eterna cicatriz emocional, Daniel decidió darle una oportunidad a su padre. —Ya cumplí con mi deber, señor. Su hijo está vivo. Ahora debo regresar a mi hogar. —dijo el cirujano con voz temblorosa. Sin embargo, Nick estaba obsesionado con mantener su secreto a salvo. —Agradezco tu trabajo —respondió Nick, acercándose sigilosamente—, pero no puedo dejar cabos sueltos. Lo siento. Un escalofrío recorrió la espalda del cirujano al escuchar esas palabras. Nick lo asesinó y le arrancó el corazón. Satisfecho, volvió a la habitación de su hijo. —Siempre estaremos juntos, hijo. Por ti soy capaz de todo. Nunca sabrás lo que hice, pero siempre te protegeré. —dijo mientras observaba a Daniel dormir plácidamente. Días después, Daniel, aún recuperándose de la operación, se aventuró en los rincones más oscuros de la mansión, encontrando una bóveda subterránea llena de cofres con corazones humanos. Al descubrir la verdad, Daniel quedó horrorizado. —Esto no puede ser verdad. Mi padre no puede ser un asesino. Aunque sea mi padre, debo denunciarlo. —murmuró con el corazón apesadumbrado. En ese preciso instante, Nick irrumpió en la bóveda. Con una furia desmedida, cacheteó a Daniel. —No me vas a denunciar, hijo. Todo esto lo hice por ti. El corazón que tienes yo te lo di. Ya tomaré medidas para que nunca me denuncies ni me abandones. —dijo con una peligrosa posesividad. Temiendo por su vida, Daniel cedió. —Nunca te denunciaré ni te abandonaré si me juras no volver a asesinar más. —Te lo juro, mi pequeño. Ahora ven, dame un abrazo y perdona esta cachetada. —respondió Nick, abrazándolo. En sus pensamientos más oscuros, Nick sabía que nunca dejaría de matar ni de ser el Rey de Corazones. Había preparado un legado para su hijo que, según él, debía ser preservado a cualquier costo. Desde entonces, Nick vivió su doble vida, siendo el respetado entrenador por el día y un monstruoso asesino por la noche, siempre con la aparente devoción hacia su hijo que jamás conocería su verdadera naturaleza.