**Espejo Mágico: Lecciones de Empatía**

Eran muchas las mañanas en que Sebastián, con 17 años y una complexión poco agraciada, se despertaba con la amarga sensación de que el día sería otro tormento. Su hermano mayor, Alejandro, de 20 años, era su antítesis en prácticamente todos los aspectos: atractivo, musculoso y de personalidad narcisista. Alejandro parecía disfrutar humillando a Sebastián, alimentando su ego al compararse con su hermano menor. Una tarde, mientras Sebastián caminaba apesadumbrado por las calles del barrio, notó un pequeño anticuario que nunca antes había percibido. Sintiendo una inexplicable atracción, cruzó la puerta y exploró el lugar. Allí, escondido entre una multitud de objetos antiguos, descubrió un espejo de cuerpo entero con un marco ornamentado. Algo en aquel espejo le resultaba extraño y, sin pensarlo demasiado, decidió comprarlo y llevarlo a su habitación. Después de un día especialmente cruel, en donde Alejandro no solo se burló de Sebastián sino que le propinó varios empujones y golpes, el joven se encerró en su cuarto. Se sentó en el suelo, apoyado en la pared, con la vista fija en el espejo. Su piel estaba magullada y sus ojos llenos de desesperanza. La desesperación lo dominó y exclamó: “Desearía ser mi hermano”. De repente, el reflejo de Sebastián en el espejo cambió. En lugar de su figura apareció la imagen de Alejandro, flexionando sus músculos en un arrogante despliegue de poderío, vestido solamente con unos bóxers ajustados. Sin entender bien lo que veía, Sebastián se levantó y, en un instante de compulsiva curiosidad, tocó el espejo. En ese mismo momento, un torbellino de luces y sombras los envolvió, y cuando Sebastián abrió los ojos, ya no estaba en su cuerpo. Ahora, se encontraba mirando desde la perspectiva de Alejandro. Sintió el poder en sus músculos, la firmeza de su físico y, al mirar hacia el espejo, vio a Alejandro, con expresión de asombro, en su cuerpo de nerd. La primera reacción de Alejandro fue de incredulidad y furia. Sin embargo, Sebastián, acostumbrado a la introspección y la racionalidad, se venía preparando para enfrentar a su hermano en una situación hipotética de poder. Le lanzó una mirada decidida y le dijo: “Esta es tu oportunidad de entender lo que significa ser yo. De ahora en adelante tendrás que vivir con tu propia crueldad”. Alejandro, atrapado en el atribulado cuerpo de Sebastián, gritaba y protestaba, pero sin éxito. Los días pasaron, y mientras Sebastián disfrutaba de la atención y las ventajas del ser Alejandro, su hermano comenzó a experimentar las dificultades y el dolor que siempre había desestimado. Sebastián aprovechó cada momento en su nuevo cuerpo. La confianza que le daba su físico y la admiración de las chicas que antes ignoraban su existencia lo llenaban de una nueva energía. Con el paso del tiempo, comenzó a ver el mundo con una perspectiva distinta, menos obsesionada con la apariencia y más enfocada en el bienestar propio. Sin embargo, aunque disfrutaba su nueva libertad, siempre conservó la introspección y la humildad que le caracterizaban. Alejandro, por su parte, tuvo que aprender a moverse en un terreno desconocido. Descubrió la dureza del verdadero aislamiento y la crueldad del juicio superficial de los demás. Por primera vez comprendió el dolor que había infligido. Sebastián decidió quedarse en el cuerpo de Alejandro de manera permanente. Se sumergió en el gimnasio, no tanto por vanidad, sino para mantener una disciplina propia de su nueva vida. Aprovechó la inteligencia que siempre había tenido para gestionar su carisma recién adquirido. Y así, el joven nerd que sufría bullying encontró una nueva vida llena de oportunidades, mientras su hermano atractivo y ególatra comenzaba a aprender, desde abajo, lo que realmente significa ser humano. La lección, aunque dura para Alejandro, terminó transformando a ambos de maneras que nunca imaginaron. Sebastián, ahora en el cuerpo de Alejandro, abrazó la empatía y la autoaceptación, hallando un balance entre lo físico y lo emocional. Alejandro, enfrentado a su propia creación, tuvo que aprender la humildad y la compasión, redescubriendo el valor del ser más allá de la apariencia física.