El Vampiro del Internado: Redención en el Crepúsculo de un Corazón Oscuro

Había una vez un vampiro llamado Adrian, cuya belleza era tan hipnotizante como su musculatura era imponente. Era también un ególatra y narcisista empedernido, completamente envuelto en la creencia de que el mundo giraba en torno a él. Adrian contaba con 230 años de existencia, pero su aspecto juvenil lo hacía parecer un joven de 18 años, una ilusión mantenida gracias a un medallón ancestral que le permitía caminar bajo la luz del sol sin temor. Para mantener su tapadera, Adrian asistía a una preparatoria de niños ricos, donde no tardó en coronarse como el rey de la escuela. Este estatus lo llenaba de un orgullo desmedido y reforzaba su convicción de superioridad. Sin embargo, detrás de esa apariencia inmaculada y esa vida aparentemente perfecta, Adrian ocultaba un secreto oscuro. Hace 17 años, había tenido una relación con una humana que resultó en el nacimiento de un hijo. Temiendo que la mujer divulgara su identidad, la había raptado y convertido en su sirvienta, y al bebé lo había mantenido consigo, aunque más como una carga que con cariño. A todos les decía que el niño era un huérfano y que él, magnánimo, lo había acogido como su ahijado. El niño, llamado Lucas, creció privado del amor de padre. Adrian le ofreció educación, pero ningún rastro de afecto. Durante los primeros años de su vida, Lucas intentaba ganarse la atención de su padre, pero solo recibía indiferencia y crueldad. Con el tiempo, Adrian se volvió aún más despiadado, despreciando a Lucas por su aparente debilidad y convirtiendo su vida en un verdadero infierno. Cuando Lucas cumplió 16 años, Adrian decidió inscribirse en la misma preparatoria para vigilarlo de cerca, prolongando su tormento tanto en la escuela como en casa. Al ser un nerd escuálido y tímido, Lucas se convirtió en el blanco perfecto para las burlas de Adrian y su séquito de chicos populares, que desconocían la verdadera naturaleza del vampiro. Un día, colmado de desesperación y humillación, Lucas decidió confrontar a Adrian delante de todos sus compañeros. "Déjame en paz, padre. No pienso darte más mis apuntes. Si quieres matarme, hazlo. No te temo ya", le dijo con una resolución que sorprendió a todos. La ira desbordada de Adrian se desató, y en un arrebato de furia y desprecio, le respondió: "El perdedor ha perdido la cordura. Creo que debo recordarle quién manda aquí". Y comenzó a golpearlo sin piedad. Lucas, tambaleante y herido, comenzó a correr, pero Adrian, en su ciega rabia, lo alcanzó. "¡Suéltame!", gritó Lucas, y Adrian, sorprendentemente, lo hizo. Sin embargo, el impulso llevó a Lucas a chocar con el vitral de un balcón del tercer piso, cayendo al suelo. El impacto fue devastador, y mientras yacía en el piso, su cráneo sangrando copiosamente, sus ojos nunca dejaron de mirar al vampiro. Por primera vez en su larga vida, Adrian sintió una punzada de culpa y remordimiento. Desesperado, bajó rápidamente y tomó a Lucas en sus brazos, suplicándole que resistiera. "Perdóname, te lo pido. Pronto estarás bien", decía mientras corría hacia el hospital. Los espectadores, horrorizados, lo llamaban asesino, pero Adrian no les prestó atención, concentrado solo en salvar al joven. Los médicos hicieron todo lo posible para estabilizar a Lucas, llevándolo a cuidados intensivos. Creyendo que Adrian era el hermano mayor, permitieron que entrara a verlo. En la habitación, viendo a Lucas conectado a innumerables cables, sus ojos apenas abiertos, Adrian murmuró con desesperación: "No permitiré que te mueras. Si tengo que convertirte en uno de los nuestros, lo haré". Lucas, con voz débil pero firme, respondió: "¿Por qué lo harías, si siempre me viste como un estorbo y una escoria? Yo nunca tuve un padre, y así será siempre. En mis primeros años, clamaba por tu atención, pero tú nunca me la prestaste. No quiero irme odiándote. Te perdono, padre. Adiós". Las palabras de Lucas quebraron algo en el corazón endurecido de Adrian. Justo cuando se preparaba para morderlo y convertirlo, los signos vitales del joven cesaron. Lucas había muerto. Adrian, devastado, gritó e imploró, abrazando el cuerpo sin vida de su hijo. La culpa y el remordimiento se apoderaron de él. Tres días después, Lucas fue sepultado en el mausoleo familiar. Su madre, finalmente libre de la opresión de Adrian, huyó para cumplir la promesa que le había hecho a su hijo: empezar una nueva vida lejos del vampiro. Adrian, ahora completamente solo, fue consumido por la culpa. Cada noche entraba en la habitación de Lucas, sus dedos acariciando los objetos que una vez pertenecieron a su hijo. La desesperación lo invadía mientras susurraba: "Estoy pagando por todo el daño que hice. Lamento y me arrepiento no haberte amado, hijo". Finalmente, una noche, incapaz de soportar más el peso de su arrepentimiento, Adrian decidió poner fin a su existencia. "Pronto nos reuniremos", se dijo a sí mismo, "Esta noche me clavaré la estaca, y mi ataúd estará cerca del tuyo". Y con esas palabras, puso fin a su agonía eterna, con la esperanza de redención en la vida después de la muerte.