El último acorde de David Chocarro: Redención

David Chocarro no siempre había sido el hombre poderoso y famoso que todos adoraban. Antes de que las luces de los reflectores iluminaran cada paso de su vida, él había sido un simple hombre con sueños y una familia que lo amaba incondicionalmente. Su esposa, Ana, había estado a su lado desde el principio, soportando juntos las penurias de los primeros tiempos, mientras él luchaba por hacerse un nombre. Su hijo, Felipe, había nacido en ese período difícil, impregnando sus días con una ternura que David había olvidado con el tiempo. El ascenso a la fama de David había sido meteórico. Su físico espectacular y su carisma hicieron que el mundo se rindiera a sus pies. Pero con la fama, llegaron el narcisismo, la vanidad y la lujuria. David olvidó a Ana, relegándola a un simple fantasma en la mansión en la que vivían, viéndola solo como una sirvienta. Felipe, su propio hijo, se convirtió en un objeto de burla para él, despreciado y humillado por no cumplir con los estándares imposibles de su padre. La vida de Ana y Felipe se había convertido en un calvario cotidiano. El punto de quiebre llegaría en una fiesta exclusiva que celebraba los 16 años de carrera de David. Una de sus amantes, al enterarse de que nunca se casaría con ella, irrumpió en la fiesta armada, disparando en un acto de furia y sufrimiento. La bala, aunque destinada a David, hirió fatalmente a Felipe. El joven cayó al suelo, y por primera vez en años, David sintió una punzada real de preocupación y culpa. David se arrodilló ante su hijo moribundo, rogándole que resistiera. Felipe, con su último aliento, le perdonó. "Te perdono, papá. Sin mi presencia, sigue disfrutando tu vida", fueron sus últimas palabras. Ana, al ver la tragedia, se desmoronó, culpando a David por años de sufrimiento y muerte de su hijo. Ella exigió el divorcio y dejó a David para siempre. David, devastado, no quiso separarse del cuerpo de Felipe ni siquiera durante su funeral. Después del entierro, David se sumergió en el cuarto de su hijo, sintiendo cada objeto como un golpe al corazón. El dolor lo quebró, y en su desesperación gritó que daría cualquier cosa por recuperar a su hijo. En ese momento, un demonio apareció, ofreciendo un trato: si David lograba ganarse el amor de su hijo en los próximos 6 días, Felipe viviría y su alma sería salvada. Si fracasaba, el demonio reclamaría su alma y Felipe moriría de nuevo. Desesperado, David aceptó el trato sin vacilar. El tiempo retrocedió seis días. David, plenamente consciente de lo que estaba en juego, comenzó su misión para ganarse el amor de Felipe. Se despertó cada día con una nueva determinación, descubriendo lo que su hijo amaba y lo que lo hacía feliz. Abandonó sus compromisos superficiales y convocó todas sus energías para ser el padre que nunca había sido. Se acercó a Felipe con humildad, pidiéndole perdón y mostrándole su genuino arrepentimiento. Le llevó a sus lugares favoritos, donde compartieron risas y confidencias. David se hizo vulnerable, revelando sus miedos y errores, construyendo puentes donde antes sólo había muros. Con cada paso, Felipe comenzó a ver un atisbo del amor que siempre había anhelado recibir. Pero el tiempo era corto, y el plazo de seis días se desvanecía rápidamente. En el último día, con el demonio acechando a la distancia, David llevó a Felipe al parque donde solían ir cuando era un bebé. Allí, con lágrimas en los ojos, le dijo cuánto lo amaba y cuánto lamentaba haberlo descuidado. Felipe, conmovido por la sinceridad de su padre, lo abrazó fuerte y susurró: "Te amo, papá. Te perdono." En ese instante, el demonio se desvaneció, y David sintió una paz que no había conocido en años. El amor de Felipe había salvado a David, pero más allá de lo sobrenatural, era el principio de una redención real. David dedicó cada día de su vida a ser el padre que Felipe merecía, y aunque no podía deshacer el pasado, se comprometió a construir un futuro lleno de amor y respeto. Esa segunda oportunidad no sólo salvó la vida de Felipe, sino también el alma de David. Y en el proceso, encontró un propósito mayor que cualquier fama o éxito que hubiese conocido.