**El Redentor del Tiempo**

Érase una vez, un joven de 16 años llamado Andrés, de buenos sentimientos y gran inteligencia. A pesar de su bondad, Andrés tenía un padre cruel, Alejandro, un apuesto y musculoso actor de 32 años, cuyos rasgos narcisistas lo llevaban a tratar a su propio hijo como un simple criado. Alejandro odiaba la forma de ser de Andrés, un chico débil y nerd, cuya delicada salud y tímida naturaleza contrastaban con su personalidad engreída y vanidosa. Cuando Andrés nació, su madre, incapaz de asumir la responsabilidad, lo abandonó y dejó al cuidado de Alejandro. En ese momento, Alejandro amaba y adoraba a su hijo, y trabajó incansablemente para darle todo lo que necesitaba. Sin embargo, la fama y la vanidad corrompieron su corazón, y con el tiempo, olvidó a Andrés, maltratándolo emocionalmente. En la preparatoria, Andrés vivía un infierno. No solo sufría el abuso de su padre, sino que también soportaba el acoso de sus compañeros. Su delicada salud hacía aún más dolorosa su existencia. Un día, abrumado por la tristeza, Andrés decidió irse de la casa para vivir en paz sus últimos días. Pero cuando se disponía a partir, Alejandro, con crueldad, le dijo: "Al fin me deshice de ti. Eres un estorbo. Desearía que nunca hubieras nacido". Justo en ese momento, unos hombres armados, contratados por una ex amante despechada de Alejandro, irrumpieron en la casa. Uno de los hombres apuntó su arma hacia Alejandro. En un acto de amor puro, Andrés se atravesó ante la bala, salvando a su padre. Agonizando en el suelo, Andrés susurró: "Adiós, padre. A pesar de todo, te amo y te perdono". Alejandro sintió una profunda culpa y remordimiento. Suplicó a Andrés que resistiera, pero el joven no lo logró y murió en sus brazos. Tres días después, ocurrió el funeral. Alejandro, destrozado de dolor, lloró desconsoladamente mientras Andrés era sepultado con el apellido de su padre en el mausoleo de la mansión. La culpa afectó gravemente a Alejandro, llevándolo a perder la razón. Creyendo que Andrés aún estaba vivo, se volvía peligroso, violento y maniaco cuando alguien afirmaba lo contrario, gritando: "¡Mi hijo está vivo, no está muerto! ¡Está aquí conmigo!". Eventualmente, Alejandro fue llevado a un manicomio y tratado. Un día, mientras paseaba por el jardín del manicomio, Alejandro encontró una lámpara mágica. Al frotarla, un genio emergió y le preguntó cuál era su deseo. Alejandro, llevando consigo el peso de su arrepentimiento, deseó que el tiempo regresara al día anterior de la muerte de su hijo, pero conservar todos sus recuerdos desde esa noche hasta el momento de pedir el deseo. El genio, con compasión, cumplió su deseo. De repente, Alejandro se encontró de nuevo en su mansión, el día anterior a la tragedia. Al ver a Andrés vivo, lo abrazó con fuerza. Con lágrimas en los ojos, le dijo: "Ahora te salvaré. No volveré a perderte". Esa misma noche, contrató a unos hombres para proteger la mansión y evitó la tragedia que estaba a punto de suceder. Andrés, sorprendido por el cambio drástico en su padre, aceptó el abrazo. Alejandro, con un corazón renovado, le pidió perdón y le prometió que esta vez sería un buen padre. A partir de ese día, la relación entre ellos floreció, y Alejandro se dedicó por completo a enmendar sus errores, convirtiéndose en el padre amoroso que Andrés siempre había necesitado. Juntos, aprendieron a construir una nueva vida, llena de amor, respeto y comprensión.