El Príncipe de la Noche: Un Vampiro Extraordinario Educando a su Hijo Cambiando el Pasado

En una noche oscura y neblinosa, más allá de los límites de la ciudad, el rey de todos los vampiros deambulaba en busca de una presa. Alucard, un vampiro atractivo, musculoso, ególatra y narcisista que aparentaba tener 30 años pero cuya edad real era de 500, caminaba con paso seguro, su presencia emanaba un aura de poder que hacía temblar a cualquiera que se cruzara en su camino. Entre las sombras, sus ojos de un rojo profundo se posaron en un joven solo en un callejón. Era un chico de 16 años con aspecto desaliñado y semblante nerd. Alucard se acercó, dispuesto a saciar su sed, pero justo cuando sus colmillos estuvieron a punto de perforar la piel del muchacho, algo llamó toda su atención. Un lunar peculiar en la cara del joven. Esa marca era inconfundible. Solo los miembros de su familia la poseían, y hasta entonces, él creía ser el último de su linaje. Alucard decidió usar sus poderes para obtener más información. Mirando al chico a los ojos, con una voz grave y autoritaria, le preguntó: —¿Quién es tu padre? El adolescente, temblando de terror y fascinado al mismo tiempo, entre balbuceos respondió: —N-nunca lo conocí. Mi madre me dijo que fui el resultado de un abuso —sus ojos reflejaban dolor y confusión—. Nunca supe quién fue mi padre. Al escuchar las palabras del joven, los recuerdos antiguos de Alucard comenzaron a aflorar, y reconoció en ese instante al muchacho como su hijo. Sintió una mezcla de culpa y asombro. Sería imposible enmendar el pasado, pero podía intentar reparar el daño causado en un futuro cercano. Así, decidió llevarse al muchacho a su mansión y reconocerlo como su hijo. —Ven conmigo —ordenó Alucard, con un brillo de determinación en sus ojos—. Te enseñaré todo lo que necesitas saber. Comenzó entonces una ardua labor de educación, como la había recibido hace más de 500 años. Le enseñó historia, combate, etiqueta y las estrictas normas de la realeza vampírica. Sin embargo, el joven, cuyo nombre era Nicholas, se mostraba reacio a abandonar su propio camino. —Quiero ser abogado —dijo Nicholas un día, con determinación—. He trabajado duro en la preparatoria y tengo excelentes solicitudes de ingreso de las mejores universidades del país. Para Alucard, la idea de que un miembro de la realeza se mezclara con simples humanos era inaceptable. Firme en sus creencias, replicó: —Las mejores universidades están en Europa, donde nuestra familia tiene una presencia destacada. No necesitas mendigar un trabajo humano, eres parte de la realeza y forjarás tu propio destino aquí, bajo mi tutela. Esta visión chocaba directamente con los sueños y aspiraciones mortales del joven Nicholas, lo que generaba tensiones en su relación. Día tras día, Nicholas intentaba demostrar que, a pesar de sus raíces, merecía elegir su propio camino. Alucard, por su parte, veía en la fortaleza y tenacidad del chico una chispa de sí mismo, aunque se negaba a admitirlo. A lo largo del tiempo, ambos aprendieron el poder del compromiso. Alucard permitió a Nicholas aplicar a algunas universidades prestigiosas en Europa, las cuales tenían excelentes programas de derecho, y Nicholas aceptó formarse en las tradiciones familiares vampirescas. Durante sus estudios, Nicholas demostró ser no solo un excelente académico, sino también un líder nato, integrando el conocimiento de la ley humana con la sabiduría ancestral de su padre. Orgulloso, Alucard comenzó a ver la adaptabilidad y modernidad como una fuerza de su linaje, en lugar de una debilidad. En el transcurso de su educación y formación, padre e hijo forjaron un vínculo inquebrantable, fusionando el pasado con el presente, creando un futuro donde la sabiduría de siglos y la modernidad convergían, y donde amor, fuerza y redención se entrelazaban. Ambos aprendieron que la verdadera realeza no reside en el linaje o el poder absoluto, sino en la capacidad de evolucionar y aceptar el cambio, y así, juntos, se dedicaron a forjar un legado digno del futuro.

La historia comienza con un vampiro rey, conocido simplemente como Vlad, una criatura de hermosura inigualable, músculos esculpidos y una vanidad insuperable. Aunque en forma humana parecía tener 30 años, era un ser anclado en el tiempo repasando sus 500 años de existencia. En una oscura noche, mientras buscaba a su próxima víctima, se topó con un chico de 16 años. Era un nerd, considerado feo por los estándares sociales de belleza, obsesionado con los libros más que con su apariencia. Cuando Vlad levantó su cuello para morderlo, el lunar que lucía el joven en su cara le llamó la atención. Era idéntico al que coronaba su propio rostro, una señal de linaje que sólo los miembros de su familia portaban. Aprovechando sus habilidades sobrenaturales, Vlad formuló la pregunta que ya danzaba en su mente, "¿Quién es tu padre?". Descubrió así la dolorosa verdad, su abandono y su origen involuntario. Este chico feo y nerd era su hijo. Decidido a enmendar su falta, Vlad reconoció al joven como su hijo y lo llevó a vivir con él en su majestuosa mansión. La educación de antaño de Vlad se reveló a través de modales estrictos, lecciones nocturnas y equitación. Pero su hijo tenía otros planes en mente, quería ser abogado. Gracias a don inherente para el estudio, había recibido ofertas de las mejores universidades del país. Sin embargo, para Vlad, esto era una aberración. El insistía que las mejores universidades residían en Europa y que, de todos modos, no debería rebajarse a un trabajo humano. Él no era ya un mortal común, era miembro de la realeza, y Vlad tenía la intención de forjarlo como tal. A pesar de las continuas disputas, Vlad se esforzaba por entender a su hijo, y el joven a su vez intentaba encontrar la conexión con el pasado de su padre. Juntos enfrentaban conflictos de identidad y eran testigos de cómo el amor de padre e hijo lograba moderar la egolatría y narcisismo del vampiro, mientras que el chico aprendía a abrazar, no solo su linaje humano, sino también su linaje real y sobrenatural. El camino era desafiante, lleno de errores y desacuerdos, pero también de una creciente simpatía entre padre e hijo, una simpatía que, tal vez, diera lugar al encuentro de dos mundos tan opuestos como interrelacionados: el mundo humano de la justicia y el mundo sobrenatural de la eternidad. La historia de Vlad y su hijo nerd sigue abierta a más acontecimientos, dando espacio a la evolución de la relación entre este inusual dúo, que debe encontrar el equilibrio perfecto entre lo mortal y lo inmortal, lo antiguo y lo moderno, y entre su amor y orgullo evidentes.