El Precio del Arrepentimiento

Era una tarde soleada en la lujosa mansión de Christian de la Campa, el famoso actor y modelo conocido por su atractivo físico y su personalidad ególatra y narcisista. Christian tenía dos hijos que, aunque compartían la misma sangre, eran diametralmente opuestos. Juan, el hijo mayor de 18 años, era el orgullo de su padre. Era el chico más popular de la preparatoria de niños ricos y además, era el quarterback estrella del equipo de fútbol americano. Llevar el apellido de la Campa era un honor para él, siempre rodeado de admiradores y amigos que lo trataban como a un rey. Carlos, el hijo menor de 16 años, era todo lo contrario. Noble, humilde y con un corazón de oro, Carlos era un verdadero nerd, tanto en aspecto como en carácter. Desempeñaba de manera excepcional en sus estudios, pero carecía de la fortaleza física que caracterizaba a su padre y hermano. Como resultado, Christian y Juan negaban constantemente su existencia, llamándolo "el ahijado dejado en la puerta de la mansión". En la escuela, Carlos sufría de bullying, liderado por su propio hermano y sus amigos. Juan nunca perdía la oportunidad de humillar a Carlos frente a los demás, asegurando que solo era un huérfano adoptado por caridad. Esta dinámica tóxica en casa se amplificaba en la escuela, donde Carlos se sentía cada vez más insignificante. Lo que ni Christian ni Juan sabían era que Carlos sufría en silencio de una enfermedad cardíaca grave. Necesitaba urgentemente un trasplante de corazón, pero nunca se había atrevido a mencionarlo, deseando internamente descansar en paz para escapar de su terrible realidad. Un día, la situación llegó a un punto crítico. Carlos hacía las maletas, decidido a dejar la mansión y pasar sus últimos días en paz. Christian y Juan, al verlo, le dijeron que no tenía derecho a irse. "Tu lugar es en la cocina, insignificante", le dijo Christian con desprecio. Carlos, agotado emocional y físicamente, respondió: "Me iré de este infierno. Adiós". Furiosos, Christian y Juan lo sujetaron por la fuerza y lo arrojaron por el balcón de las escaleras. Carlos cayó varios metros y se golpeó con fuerza contra el suelo. Los gritos se detuvieron y el silencio sepulcral llenó la mansión. Al darse cuenta de lo que habían hecho, el remordimiento y la culpa los invadieron. Desesperados, llevaron a Carlos de inmediato al hospital. Allí, los médicos hicieron todo lo posible, pero finalmente informaron a Christian que la caída había agravado la enfermedad cardíaca de Carlos y que estaba agonizando. Carlos pidió verlos antes de partir. "No les guardo rencor. Quiero descansar en paz. Los perdono", les dijo con una sonrisa débil. Christian, lleno de arrepentimiento, le pidió perdón, rogándole que resistiera. "Soy demasiado rico, mi dinero puede pagar lo que sea para que vivas", le suplicó. Juan también se disculpó, con lágrimas en los ojos y un corazón lleno de culpabilidad. Carlos luchó por su vida, pero finalmente cayó en coma. El médico sugirió desconectarlo para que no sufriera más. Christian, enfurecido, decidió llevárselo de vuelta a la mansión y contratar a una enfermera para cuidarlo las 24 horas. Su única meta ahora era encontrar un corazón para su hijo, a cualquier precio. Día tras día, Christian se sentaba junto a la cama de Carlos, hablándole con voz suave. "Descansa, hijo. Papá está buscando un corazón para ti. Te amo mucho y pronto estarás bien. Ya castigué a tu hermano por golpearte. Ha aprendido su lección. Y en cuanto al bastardo que te rompió el corazón por esa vil apuesta con tu hermano, me vengué; lo torturé y lo maté por ti. Nadie se mete con mi hijo", le decía antes de besarle la mejilla. Al salir de la habitación, se encontró con Juan, quien estaba visiblemente golpeado y arrepentido. "¿Cómo está mi hermanito?", le preguntó. "Está descansando. Espero que hayas aprendido tu lección", respondió Christian con severidad. El hombre que una vez no tuvo tiempo ni paciencia para su hijo menor ahora recorría el mundo en busca de un milagro. Encontrar un corazón para Carlos se había convertido en su única razón de vivir. Christian había leído el diario de Carlos y, por primera vez, entendió la profundidad del sufrimiento de su hijo. La venganza y la culpa llenaban su corazón, pero también una esperanza renovada de enmendar su peor error.