El Precio de la Eternidad: Un Padre, Un Hijo y Su Oscuro Linaje

En la luminosa ciudad de Los Ángeles, donde el glamour y la superficialidad bailan al son de los reflectores, vivía Christian de la Campa, un famoso actor y modelo cuya apariencia era la envidia de muchos. Su atractivo físico, musculatura impresionante, y carisma en la pantalla eran su distintivo. No obstante, detrás de su fachada encantadora, se ocultaba un ser ególatra y narcisista, cuya frialdad solo era igualada por su ego. Christian tenía un hijo, Diego, de 16 años. Diego era un joven noble, inteligente, pero físicamente débil y enclenque. Sus ojos se escondían detrás de gruesas gafas y siempre traía libros bajo el brazo. Christian lo veía como una vergüenza, una sombra que debía esconder. En público, Diego era presentado como un simple ahijado, y en privado, Christian lo maltrataba y humillaba. Nada parecía más importante para Christian que su carrera, su cuerpo, y las mujeres, a quienes veía como simples objetos de placer efímero. Una noche, tras una lujosa fiesta en una mansión de Beverly Hills, Christian conoció a una mujer misteriosa y seductora. La conversación rápidamente encendió la chispa de atracción y pasión, terminando en un encuentro íntimo. Sin que Christian se lo esperara, la mujer reveló su verdadera naturaleza de vampira, mordiéndolo con ferocidad y transformándolo en uno de los suyos. La oscuridad se apoderó de Christian, quien comenzó a ver a los humanos como presas y juguetes. Las noches se convirtieron en sus horas de caza, y cinco mujeres fueron encontradas muertas con marcas de mordidas en el cuello. Diego, siempre observador, empezó a notar los cambios en su padre y las misteriosas muertes. Una noche, decidió seguirlo. Era una noche sin luna cuando Diego vio a su padre preparar a su próxima víctima. Con valentía y coraje, salió de las sombras, distrayendo a Christian lo suficiente para que la mujer escapara. El olor de la sangre y la súplica de “papá” hicieron tambalear a Christian. Algo en su alma reconoció a Diego como su heredero. En un acto de amor y sacrificio, Diego se cortó la mano y ofreció su sangre a su padre. Christian, con lágrimas de sangre en los ojos, preguntó: "Me convertí en un monstruo. ¿Por qué no huyes de mí después de todo el daño que te he hecho?" Diego, temblando pero firme, respondió: "A pesar de todo, eres mi padre. Tú no eres un monstruo. Saldremos adelante, nos tenemos el uno al otro." Esa noche, algo cambió en su relación. Christian comenzó a ver a Diego con ojos diferentes y a pasar más tiempo con él. Pero la paz duró poco. La mujer que sobrevivió al ataque denunció a Christian y, para evitar que lo cazaran y le quitaran a Diego, huyó con su hijo a una antigua propiedad de su familia. Christian juró a su hijo que no mataría más humanos y solo se alimentaría de animales. Diego, inocente y deseoso de creer, aceptó su palabra. Sin embargo, la promesa de Christian era una mentira. Cada noche, mientras Diego dormía, Christian regresaba a sus viejos hábitos, seduciendo y asesinando mujeres. Meses después, Diego descubrió la verdad. Al ver que su padre no tenía salvación, orquestó su escape con la ayuda de la policía, quienes lo colocaron en un hogar temporal. Pero Christian, al descubrir el paradero de Diego, lo "rescató" y lo llevó a otro castillo, esta vez con un guardián vigilante. Christian intentó moldear a Diego según su imagen: entrenamientos arduos, dieta estricta, y fuera esas horribles gafas. El tiempo pasó y, aunque Diego no tenía otra opción, una parte de él seguía resistiendo. Finalmente, Christian decidió que no quería estar solo. Una noche, mordió a Diego, transformándolo en vampiro en contra de su voluntad, convencido de que estaba haciendo lo mejor para su hijo. Diego, ahora una criatura de la noche, no podía negar el vínculo con su padre, pero tampoco podía olvidar su naturaleza noble. El conflicto interno entre el amor y el rechazo, la humanidad y la monstruosidad, sería su eterna batalla. Pero una cosa era cierta, en ese mundo oscuro y sanguinario, padre e hijo estaban destinados a estar juntos, para siempre.