El Lamento de Christian de la Campa

Christian de la Campa siempre fue un hombre que se miraba al espejo con orgullo. Su apariencia, su físico musculoso y su éxito como actor y modelo lo habían elevado a una vida de lujo. Sin embargo, su vanidad y narcisismo cegaron su capacidad de amar y valorar a su familia de manera justa. La joya de su vida era su hijo mayor, Alejandro, un reflejo perfecto de él mismo en su juventud: apuesto, atlético y popular. Alejandro, quaterback de la preparatoria más exclusiva para hijos de millonarios, era el sueño hecho realidad de Christian. Vivían por y para halagar su imagen y ver sus conquistas. Pero existía otro hijo en esa mansión: Lucas, de 16 años. Lucas era el polo opuesto de su padre y hermano; noble, humilde, con un corazón de oro y amante de los libros y la ciencia. Su fragilidad física y actitud apacible no hicieron más que alejarlo de la aprobación de Christian, quien prefería señalar con orgullo a Alejandro y despreciar a Lucas, hasta el punto de negar su paternidad y ocultarlo como un "ahijado" dejado en la puerta de su casa. En la escuela, el calvario de Lucas empeoraba. Alejandro, aliado con sus amigos ricos y crueles, no perdía oportunidad para humillar a Lucas y negar cualquier vínculo familiar, reforzando el aislamiento y el acoso. Lucas, sin embargo, guardaba un secreto mucho más doloroso. Sufría de una grave enfermedad cardíaca, una carga que llevaba en silencio porque sabía que no recibiría compasión alguna de su padre ni de su hermano. Para él, solo había una escapatoria: la paz de la muerte. El día que decidió dejar la mansión, sus ojos estaban firmes en las maletas que había hecho. Pero Christian y Alejandro, al verlo, le gritaron y lo arrastraron nuevamente a su infierno personal. "No te irás de aquí, eres muy insignificante. Tu lugar está en la cocina", le decían. Lucas, con una mezcla de resignación y determinación, respondió: "Me iré de este infierno. Adiós". La negativa de Christian y Alejandro se materializó en agresión física. En un instante de fuerza bruta, lanzaron a Lucas por el balcón de las escaleras. La gravedad hizo su trabajo, y Lucas sufrió una caída brutal. Al verlo postrado, los asaltó el remordimiento. El choque con la realidad los golpeó como un camión a alta velocidad. Lo llevaron al hospital y Christian, todavía enajenado por la culpa, rogó por la vida de su hijo. Los médicos hicieron lo imposible, pero el daño causado agravó la enfermedad de Lucas. Christian fue informado de que su hijo agonizaba. Llamado en sus últimos momentos, Lucas, en su bondad infinita, perdonó a su padre y a su hermano. "No les guardo rencor. Quiero descansar en paz. Los perdono." Christian, desesperado, rogó que resistiera. "Soy demasiado rico. Mi dinero puede pagarlo todo para que vivas." Alejandro también pidió perdón, pero Lucas cerró sus ojos para siempre. El funeral fue una procesión de culpas y arrepentimientos. Christian dejó una flor en la tumba de su hijo y se dirigió al cielo, pidiendo perdón por su fracaso como padre. Alejandro, por su parte, también dijo su adiós con un dolor palpable. Pero entonces, una voz, etérea y poderosa, los interrumpió. "¿Harían lo que fuera para que esté vivo?", preguntó la voz. Christian respondió sin dudar: "Haría lo que sea para que mi hijo viva." Alejandro asintió con lágrimas en los ojos. La voz continuó: "Así será. El joven no morirá ni sufrirá de esa enfermedad cardíaca. Pero crecerá en un hogar lleno de amor que no será el vuestro. Será criado por la única persona que siempre le demostró amor y a quien tú, Christian, despediste y mandaste a la cárcel para ocultar tus abusos: el jardinero." La realidad se alteró. Despertaron para encontrarse en un nuevo mundo donde Lucas había sido llevado por el jardinero, quien lo amaba y lo cuidaba. Desesperados, Christian y Alejandro buscaron a Lucas por cielo, mar y tierra. Cuando al fin lo encontraron, lo vieron en los brazos del jardinero. Lucas lo llamaba "papá". Los celos y la furia paternal hicieron que Christian explotara, iniciando una guerra para recuperar a su hijo, convencido de que su riqueza y poder prevalecerían. Pero Lucas había encontrado el amor y la paz que nunca tuvo con su familia biológica. Ahora, el verdadero reto para Christian sería comprender que el dinero y el poder no podrían reparar el daño hecho ni devolverle a su hijo.