El Deseo Transformador: Cambios y Consecuencias en un Mundo Alterado por Magia

Una mañana lluviosa, Mark, un nerd de 17 años, se refugió en su pequeña habitación, desprovista de cualquier lujo excepto por su gran colección de libros y cómics. Sentía el peso del mundo sobre sus hombros, pues sufría constantes abusos por parte del entrenador Maxwell, un hombre musculoso, atractivo y millonario de 33 años, y de Jake, el chico más popular y guapo de la preparatoria, de 18 años. Ambos eran narcisistas y ególatras, y no perdían oportunidad para hacerle la vida imposible a Mark. Un día, mientras exploraba una tienda de antigüedades, Mark encontró una vieja lámpara de aceite. Sin pensarlo dos veces, la compró y se la llevó a casa. Esa noche, al intentar limpiarla, murmuró para sí mismo, "Ojalá el entrenador fuera mi padre y el chico popular me amara locamente." Lo que Mark no sabía era que aquella lámpara cumplía cualquier deseo pronunciado. Al día siguiente, se despertó y, para su sorpresa, no estaba en su habitación habitual. Se encontraba en una lujosa y elegante recámara, con enormes ventanales y mobiliario opulento, completamente ajena a su personalidad. Aturdido, se levantó y bajó a explorar. Lo primero que vio fue a Maxwell, pero no como su abusador entrenador, sino como su cariñoso padre. —Buenos días, hijo, —dijo Maxwell con una sonrisa paternal, haciendo un gesto despectivo hacia la criada, que en esta nueva realidad era la madre de Mark—. El desayuno está listo. Mark se sintió abrumado. Esta nueva realidad era un sueño hecho realidad, pero al mismo tiempo, perturbadora. Descubrió que su madre, en un intento desesperado de pedir ayuda económica al entrenador, había sido relegada a ser la criada de la casa. Maxwell, al enterarse de que sería padre, decidió friamente que su hijo sería solo suyo, sin la interferencia de una mujer pobre. Y así, obligó a la madre de Mark a mantener las distancias si es que quería seguir viendo crecer a su hijo. Maxwell, ahora como su padre, era amoroso y protector únicamente con Mark. Sin embargo, mantenía su habitual dureza con todos los demás. Al finalizar el desayuno, Maxwell le recordó a Mark: —Ya nos vamos a la preparatoria, hijo. Recuerda que allí soy tu profesor. Estoy muy orgulloso de tus calificaciones y pronto empezaremos a entrenar tu físico para que seas fuerte y tengas un gran futuro. Dicho esto, lo abrazó en un gesto paternal que, pese a la amabilidad, sentía la presencia de un control absolutista. Luego, con un tono despectivo, le ordenó a la criada: —Levanta los platos y limpia la mansión. Esta noche celebraremos el premio de mi hijo en las Olimpiadas Matemáticas del Estado. Dime, hijo, ¿qué deseas? Te lo daré todo. Mark aún no procesaba todo lo que sucedía. En esta nueva realidad, descubrió que Maxwell, aunque amoroso y protector, era también extremadamente posesivo y controlador. Maxwell supervisaba cada amistad y contacto, asegurándose de que nadie se acercara a Mark sin su aprobación. Para añadir otro giro a esta nueva vida, Jake, el chico popular, no era ya su abusador. Ahora, era su novio, y estaba locamente enamorado de él. Esta relación era fruto del deseo inconsciente de Mark. Jake, aunque plenamente amoroso, mostraba unos celos y una posesividad intensas. Había logrado el favor de Maxwell por dos razones: su inquebrantable amor por Mark y su prestigiosa procedencia de una familia adinerada. Sin embargo, Maxwell había establecido una dura advertencia para Jake: —Si mi hijo derrama una lágrima por tu culpa, o si le eres infiel, pagarás con tu vida. Mark vivía ahora un sueño con tintes de pesadilla. Todo lo que había deseado se había hecho realidad, pero con consecuencias que no había anticipado. Tenía el cariño de un padre, pero a costa de la libertad y la dignidad de su madre. Tenía el amor del chico más popular, pero bajo el yugo de una constante vigilancia y celos incesantes. Comenzó a darse cuenta de que la realidad perfecta solo existía en su imaginación, y que todo sueño puede tener su reverso más oscuro. En ese instante, Mark decidió que debía encontrar una forma de revertir su deseo o, al menos, aprender a vivir y luchar en este nuevo mundo que, aunque realizado, estaba lejos de ser perfecto.