"El Deseo de Adrián"

**Título: El Deseo Inesperado** Eran pocos los días en que a Juan no le costaba levantarse de la cama. Tenía 18 años, era delgado y usaba gafas gruesas. La secundaria había sido un desfile interminable de humillaciones por parte de sus compañeros, pero ninguno era tan cruel como el entrenador Roberto. Con 33 años, Roberto era musculoso, atractivo y egocéntrico, y disfrutaba especialmente al hacerle la vida imposible a Juan. Un día, Juan se decidió a visitar una tienda de antigüedades en busca de algún objeto curioso para su habitación. Allí encontró una lámpara antigua, cubierta de polvo y con grabados extraños. Sin pensarlo mucho, la compró y la llevó a su casa. Al llegar, la frotó suavemente con su camisa para limpiar la suciedad. —Ojalá tuviera una vida mejor... —murmuró—. Ojalá ese entrenador egoísta me amara y fuera mi novio protector y posesivo, así no me molestarían más. Sin saberlo, la lámpara cumplió su deseo. Al día siguiente, Juan se despertó con la confusa sensación de no estar solo. Al girar la cabeza, vio a Roberto aún dormido a su lado. Antes de que pudiera procesar lo que estaba viendo, Roberto abrió los ojos y, para sorpresa de Juan, le dirigió una sonrisa cariñosa. —Buenos días, amor —dijo Roberto, su voz suave y afectuosa—. Ya preparé el desayuno y luego nos iremos a la prepa. Pero recuerda, amor, que en la prepa nadie debe saber que somos novios y que vivimos juntos. Yo quisiera decir a los cuatro vientos que te amo, pero por ahora quiero protegerte. Juan parpadeó, incrédulo. Todo parecía tan irreal. Sin embargo, algo en el tono cálido y seguro de Roberto le hizo sentir que no estaba en un sueño. —Hoy es nuestro aniversario de cinco meses de noviazgo, ¿lo recuerdas? —continuó Roberto—. Esta noche haremos algo muy especial, te haré el amor como nunca nadie te lo ha dado ni dará. Eres mío y solo mío. Por un instante, Juan pensó que todo esto debía ser algún tipo de broma cruel. ¿Cómo había pasado de ser el blanco del bullying del entrenador a su posesivo y protector novio? Mientras desayunaban, Roberto no dejaba de mostrar pequeños gestos de cariño, lo que hacía que Juan se sintiera más seguro y querido. En la prepa, Roberto mantenía su distancia, exactamente como había dicho. Pero Juan ya no era el nerd débil y acosado; se sentía respaldado, sabiendo que tenía a alguien dispuesto a protegerlo. En la noche, al regresar a casa, Roberto había preparado una cena especial. Después, rodeándolo con sus brazos fuertes y cálidos, le susurró al oído: —No importa lo que pase afuera, aquí siempre estaré para ti. Juan sonrió, sintiendo una mezcla de extrañeza y felicidad. No podía entender cómo había ocurrido todo esto, pero decidió disfrutarlo mientras durara. Entre besos y caricias, comprendió que su vida había cambiado para siempre. Y aunque aún le faltaban respuestas, una cosa era segura: con Roberto a su lado, nunca más volvería a sentirse solo o desprotegido.